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Alcanzar la felicidad no es un pensamiento trivial o huero. De hecho, es importante intentar ser felices, desde luego; si bien, no es una obligación. No debe serlo, al menos. Eso es lo que creo, pues esta idea del 'deber ser' se me antoja ciertamente ... perversa. Dañina, en realidad, porque la búsqueda incesante de la felicidad es una carga que aporta más tristeza que beneficio.
El sistema social presente nos susurra de continuo que hemos de estar radiantes, sonreír y mostrar al mundo siempre nuestro mejor yo, pero ¿qué pasa cuando no podemos cumplir con esa demanda? ¿Acaso no tenemos derecho a estar tristes, sentir dolor, infelicidad, desventura o como cada cual quiera llamar a ese estado de desencanto que a veces se sufre? Sea este sentimiento algo transitorio o, por el contrario, permanente ¿Ser feliz es necesario para ser feliz? Difícil respuesta tiene esta paradoja, mas pienso que no necesariamente, pues la felicidad tiene incontables aristas y reside en una infinidad de tipos de grises.
¿Qué es la felicidad entonces? ¿Dónde reside? ¿Cómo encontrarla? Y más capital todavía, ¿cómo mantenerla?
Más allá de la definición corriente que cualquiera puede localizar en un diccionario, si nos adentramos un poco –sólo un poco– en la esencia o principio de la idea de felicidad, nos damos cuenta de que no es el mismo para todos y nunca lo será. Por su carácter subjetivo, la obligación de ser felices según unos estándares impuestos, externos y que no tienen en cuenta la naturaleza de cada persona –tanto en su forma particular como en su relación combinada con otros–, no son los adecuados para enseñar qué es la felicidad, cómo obtenerla o cómo, en definitiva, ser felices.
La felicidad, como muchos otros pareceres, sentires o estados, es un viaje complicado lleno de altibajos que cambia en función de épocas, lugares, circunstancias, conocimientos, creencias y, por supuesto, personas. ¿Cómo ser todos felices a un tiempo si cada uno de nosotros somos diferentes en ese mismo tiempo? Es imposible, por lo que la presión actual que nos obliga a ser felices a toda costa y a todas horas sólo tiene consecuencias negativas: frustración, culpabilidad, destemplanza, fragilidad…
Negamos lo que somos y cómo nos sentimos sin pensar que nuestras emociones son complejas y que negar la tristeza, el sufrimiento, la pena, la melancolía o diez veces diez emociones y pensamientos complicados, confusos a veces, es cortarle las alas a nuestro auténtico yo. También al nosotros.
De acuerdo, pensarán, no todos somos felices de igual forma e incluso algunos no somos ni seremos felices nunca, pero ¿por qué parece que los demás tienen la fórmula mágica de la felicidad? La verdad es que no la tienen. Vemos o nos enseñan una ficción. Un reflejo adulterado de una realidad inventada.
Es importante conocer y aceptar la pluralidad de nuestras emociones, de todas ellas. La tristeza, el enfado o el desengaño son partes intrínsecas de nuestra humanidad, al igual que lo son la felicidad, la satisfacción o el placer. También, no me olvido, el odio, la crueldad o la sevicia, y sus contrarios. Su mezcla nos hacer ser y sentir lo que somos, así como entender que es quimérica la idea de alcanzar una felicidad completa, absoluta y eterna, ya que no sé si tal cosa existe como tal más allá del pensamiento y los escritos.
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