No importa la plataforma que abran, siempre habrá en ella alguien dispuesto a iluminarlos con su sabiduría. Una que, ya verán, es de manual y ... cumple una serie de sencillas normas. Solo hay que fijarse en los patrones. Me gustan los patrones porque nos pueden decir muchas cosas interesantes de una persona o un colectivo. Sobre este tipo de sabiduría, verán textos interminables, pesados, cargados de moralina barata y algunas frases dignas de estar en una taza de desayuno. Textos escritos por gente que, al parecer, ha alcanzado un nivel de iluminación muy superior al resto de la humanidad y siente la necesidad imperiosa de compartirlo con el mundo.
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Son los nuevos predicadores digitales. No los hemos pedido, pero ahí están, dejándonos claro en cada clic cómo debemos vivir, pensar y hasta sentir. Sus publicaciones suelen tener una estructura predecible: empiezan con una anécdota que parece relevante (no lo es), siguen con una reflexión supuestamente profunda (tampoco) y terminan con una moraleja digna de un niño de seis años. Todo envuelto en una prosa excesiva, redicha y, en ocasiones, en función del tema, con cierto punto lacrimógeno, como si la vida fuera un eterno 'spot' motivacional. Una perorata que también recurre al escarnio si es necesario.
Las redes sociales han convertido así la vida en un eterno monólogo de filosofía de baratillo. Cualquiera puede ser un gran pensador, un intelectual de primera, ya que lo significativo no es el contenido real que comparten, sino la sensación de profundidad que le dan a sus escritos, aunque esta hondura sea de chicha y nabo. Mas, detrás de esta actitud mesiánica, lo que hay es un ego considerable y una permanente necesidad de validación. No es altruismo ni ganas de compartir conocimientos, es el deseo, tal vez dependencia, de recibir aplausos, corazoncitos, parabienes, elogios y cumplidos, aunque esas lisonjas no sean más que coba. Otra forma de mirarse en el espejo y preguntar algo similar a aquello del cuento: «Espejito, espejito mágico, ¿quién es el más sabio del lugar?».
Plataformas morales que lo riegan todo con su evangelio, donde, al parecer, ya no se puede contar una anécdota sin darle un significado trascendental o tener un mal día sin convertirlo en una revelación. Hay que descubrir siempre una lección de vida en lo que sea, aunque no la tenga porque ¿quién es el más sabio del lugar?
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