Hoy me gustaría hablarles de un tema que me ronda el pensamiento desde hace ya algún tiempo. Se trata de todo aquello que, a pesar de vivir en constante comunicación y estar enganchados a todo tipo de sistemas de información y comunicación, no decimos. Lo ... que callamos. Todas esas conversaciones importantes que no tienen lugar en lo que llamo la cultura del silencio.

Publicidad

Algunas palabras se pierden en el viento porque al otro lado no hay alguien que las escuche de verdad, a pesar de tener a su disposición gran variedad de herramientas que harían la conversación más sencilla y eficaz. Otras se desaprovechan porque nosotros mismos decidimos no hablar ni escuchar y dejamos así que discursos cruciales acaben no dichos y se queden relegados a la esfera de lo íntimo. El miedo al rechazo o al conflicto puede actuar como un muro que bloquea el habla. Esto suele ocurrir sobre todo con temas polémicos. ¿Por qué exponerse a dar una opinión sobre tal o cual cuestión y arriesgarse a un verdadero linchamiento público? Esto del linchamiento no es cosa de broma. Puede arruinar la carrera de cualquiera y, desde luego, afectar a su autoestima y salud física y mental. He sido testigo y víctima de ello. Un día se lo cuento. Hoy no es momento.

Confiamos en que un simple emoticono, dibujo o símbolo puede reemplazar una palabra de consuelo, amor o incluso, en el ámbito laboral, de afirmación, garantía o cualesquiera asuntos que ese trabajo lleve consigo. Antes, cada palabra tenía su peso y significado, pero ahora creemos que un simple clic puede sustituirla. Rapidez e inmediatez que matan las palabras y matan las conversaciones. Matan un diálogo en el que poder intercambiar ideas, opiniones, discutir (desde el respeto, por supuesto) y llegar o no a un acuerdo. No es obligatorio estar conforme en todo. De hecho, sería aburrido que todos pensáramos igual. Aburrido y peligroso. ¿No echan de menos ese tipo de conversaciones? Yo sí. Ya no existen. Han muerto como la paciencia y el arte de esperar del que les hablaba la semana pasada. Hay pérdida de calado en nuestras interacciones.

Algunas palabras se pierden en la ignorancia y esto sí que es verdaderamente triste y desalentador. Ocurre cuando da la impresión de que todo el mundo es experto en algún tema y parece saberlo todo sobre el asunto, lo que lleva a que muchos guarden su opinión para sí mismos o la cambien para adaptarse y encajar en el grupo, sin importar si la opinión mayoritaria se ajusta a la verdad. Esta tendencia se puede ver tanto en temas espinosos relacionados con el devenir del mundo como en asuntos más triviales que no van más allá de un par de días (por ser generosa) de relevancia. Durante el verano, este fenómeno parece ser aún más frecuente. Fíjense.

Publicidad

Palabras y opiniones, conversaciones valiosas, que se pierden y arrastran consigo la autoestima. No hay nada más dañino que el silencio autoimpuesto por miedo al rechazo, al acoso o por cansancio. Desaliento en realidad. Es esta una palabra triste, pero adecuada para este tema; y creo –es difícil, lo sé– que debemos romper este círculo vicioso de mudez para evitar que la cultura del silencio acabe con los sentires, opiniones y creencias tanto propias como ajenas. Las conversaciones difíciles, aunque incómodas, son esenciales para el desarrollo personal y social de cualquiera de nosotros. Nos hacen más libres.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad