Lo que callamos mientras nos tocan 'sin querer'

La sociedad, afortunadamente, avanza en estos asuntos, pero continúa hablando de babosos y tipos pesados en lugar de acosadores. Una forma de pensar que no termina de entender que ser tocada –donde sea– sin querer ser tocada no es un simple desliz sin importancia

Viernes, 1 de noviembre 2024, 01:00

El pasado cuatro de octubre escribí un artículo titulado 'Del mal amor y peor querer; del acoso y de la caza'; el quince de septiembre del año pasado se publicó 'Como el mal amor'; el veinticinco de noviembre de 2022, 'El día que no debería ... existir' y el diecinueve de agosto de ese mismo año, 'Nosotras somos cosas'. El veintisiete de agosto de 2021, 'Un mundo de y para hombres' y el doce de noviembre, 'El tío del coche blanco'. Todos estos artículos y alguno más que he podido olvidar, puesto que son muchos los años que llevo compartiendo con ustedes mis pensamientos e inquietudes en estas páginas, tienen en común no sólo a la autora y el medio, también que todos se corresponden con hechos reales. Es decir, lo que en ellos se cuenta, bien sea como ejemplo explícito con detalles y pormenores, bien como metáfora o como patrón de conducta, se basa en experiencias vividas en primera persona o de un modo directo. Experiencias que no son extrañas, estoy segura, para un gran número de mujeres ya que, por desgracia, estos comportamientos son demasiado habituales.

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¿Y a qué comportamientos me refiero? ¿De qué hablo exactamente? De esos que no entienden de límites y no respetan voluntades ajenas. De esos que son parte de un modelo que todavía hoy numerosos individuos tienen, en mayor o menor medida, interiorizado. Hablo de aquellos que caminan por la vida como si todo les perteneciera, todo, incluidas nosotras. De esos que no aceptan un 'no' y se sienten heridos en su orgullo, por lo que insisten hasta la saturación o el acoso; o ambos. Para este tipo de sujetos, presionar es ganar y, por lo tanto, obran en consecuencia.

Hombres que son, en realidad, más comunes de lo que nos gusta creer. Tan comunes como invisibles, ya que se esconden tras una fachada de respetabilidad y honradez. Qué peligroso puede llegar a ser esto. Mucho. En público son defensores de las buenas costumbres y la mesura e incluso se las dan de buenos hombres; sin embargo, en privado destilan una baba pegajosa y repulsiva. Malas personas. Individuos que te hacen sentir incómoda, frágil e insegura. Vulnerable, como si fueras un objeto a su disposición. Una cosa. Algo y no alguien. Eso es lo que piensan: que las mujeres estamos aquí para ser conquistadas, tomadas y vencidas. Un trofeo. Acoso constante, repetido, persistente. Insistencia que no entiende de límites y un deseo sexual mal entendido, mal gestionado y peor dirigido.

Una forma de pensar y de actuar que, por desgracia, aún está muy presente en una sociedad que avanza –afortunadamente avanza en estos asuntos–, pero que continúa hablando de babosos y tipos pesados en lugar de acosadores; que no termina de entender por completo que ser tocada –donde sea– sin querer ser tocada no es un simple desliz sin importancia. No se hace 'sin querer' ni son sólo cosas que 'pasan'. ¿Acaso pasan solas? No, por supuesto que no. Esto es real. Un problema real. Un problema que genera miedo, incomodidad y asco. Repulsión, de hecho, porque detrás de este tipo de acciones lo que hay es una forma de dominación que nos veja y menosprecia. Nos despoja de nuestro derecho a sentirnos seguras y a ser respetadas. Nos roba libertad. Es un recordatorio constante de que, para algunos, las mujeres no tenemos pleno control sobre nuestros propios cuerpos.

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A mi juicio esto no es un tema menor. No debería serlo, al menos. Es un problema estructural que nos afecta a todas las mujeres por igual con independencia de nuestra condición social, económica, religiosa, política, etc., pues mientras haya hombres que no entiendan que el deseo, el respeto y el consentimiento son conceptos que no pueden ser negociados ni ignorados, el acoso y el mal 'amor' seguirán presentes en nuestras vidas. Por eso no podemos dejarlo 'pasar', porque si permitimos que estas conductas queden sin señalar, sin condena alguna, continuarán siendo parte del tejido general y normalizado de interacción social y debemos ser honestos con nosotros mismos. Esto normal no es, desde luego. Ni son cosas que pasan, ni pasan solas, ni se hacen sin querer ni son normales.

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