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Bandera: «tela de forma comúnmente rectangular, que se asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza y se emplea como enseña o señal de una nación, una ciudad o una institución». En estos últimos días he visto banderas, muchas, y ... de todo tipo ondeadas al son de fútiles composiciones que me han hecho evocar inmaduras rimas de colegio. Banderas levantadas como arma y frontera; como cruzada. Una tela. Varias en realidad. Telas por las que se decide matar o morir. Telas viejas en su mayoría, con olor mohoso, sacadas de antiguas arcas con polilla en casonas donde el tiempo no avanza al mismo ritmo que en el resto del país. El tiempo y la tela. El pasado y las banderas. Las guerras y los blasones. Conquistar amaneceres como si el sol nos hubiera abandonado de verdad y para siempre, y las banderas pudieran devolverlo a su lugar. Una idea antigua. Como las telas alzadas. Como las telarañas. Como la carcoma.
Bandera: «pieza de tela que se emplea para hacer señales o para indicar alguna cosa». ¿Qué cosa? ¿Qué señal? Pueden no gustarte tus cartas. Tienes una mala mano, pero el juego es como es. Las reglas del juego también. Las telas no sirven para romper las reglas. No deberían al menos. Aunque no te guste perder; aunque no te guste quién gana o cómo gana. Además, ¿qué telas? La simple rojo y gualda o la de la cruz de Borgoña.
Bandera: «cada una de las compañías de los antiguos tercios españoles, y también actualmente de ciertas unidades tácticas». La bandera de la cruz de Borgoña es una tela blanca que en representación de la cruz de San Andrés lleva dos troncos rojos que forman la cruz (en aspa) donde el santo fue crucificado. Cuentan que tardó tres días en morir. Fue enseña de los ejércitos del Imperio español, de los ejércitos carlistas después y símbolo del Movimiento Nacional durante el franquismo. Tela que con bulla se agita estos días. Se viste incluso. Imperio. Otro rey. Conquistas. Dios, pues al final las aspas rojas simbolizan la crucifixión de un santo.
También he visto acompañar esta bandera con la de los Tercios de Flandes. Igual a la anterior, pero con un águila de dos cabezas en su centro. Una de las cabezas mira al pasado y la otra, se supone, al futuro. Sin embargo, bien podían aparecer todos esos paños con la cabeza del futuro amputada. Al fin y al cabo, las manos que las agitan y los que las portan no saben mirar hacia delante. Tienen los pies y el juicio en un pasado glorificado y adornado hasta tal punto que han confundido la historia (real) con una novela de ficción.
Banderas. Telas. Amor por el país, dicen. ¿Qué país? Uno, al parecer, de hace mucho tiempo. Inexistente hoy. Irreal. Ficticio. Sólo vivo en los recuerdos de algunos y la imaginación de otros.
Amor por una patria, dicen. Entonces me pregunto: ¿qué es la patria? Mi patria es mi hogar, mi familia y amigos. Mi patria son los libros. Los que leo y los que escribo. Mi patria es la salud. Mi patria es una sonrisa. Mi patria es el amor. Mi patria es algo que me lleva en estos días a pensar como Espronceda «que es mi barco mi tesoro,/ que es mi dios la libertad,/ mi ley, la fuerza y el viento,/ mi única patria la mar»; o, como canta Robe, que en los tejados la única bandera que debería haber son unas bragas negras.
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