Tengo manías y muchas en esto de opinar. No soporto las frases hechas, los típicos clichés, el uso indebido de citas, el empleo de palabras 'insufribles' para darse más importancia –sí las llamo. Enseguida les pongo algunos ejemplos– y las sentencias proféticas sobre el mundo ... que tenemos o nos viene. Modos y modales de personas que se juzgan a sí mismas en poder de la verdad absoluta y que, sin embargo, a nada que se escarba, no dejan de ser simples alcahuetas con ninguna boca de verdades. Una inquisición moderna, vaya, pero que en lugar de creer en Dios, la Virgen y demás, creen en una extraordinaria sapiencia que solo ellos poseen por la gracia de… No sé qué o a quién poner.

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¿Y qué no soporto? Vamos a ello. Empecemos con unas originales frases –qué singularidad y buen hacer–, que sirven lo mismo para un roto que para un descosido. Tenemos las clásicas de la mili: «En mis tiempos eso no pasaba. A estos les ponía yo a hacer la mili y se iban a enterar. Mano dura. Eso es lo que hace falta». También hay quien juzga poniendo su mirada en algo que está más allá de las estrellas: «A ver cuándo cae ya el meteorito. Están abducidos. Peor que si fueran reptilianos. Un meteorito y todo arreglado (lo del meteorito es realmente obsesivo). Que vengan ya los extraterrestres. Necesitamos una invasión (alienígena, se entiende)».

Sin dejar el asunto de la tierra y los planetas, hay una frase y una idea que se repite hasta la saciedad que es la de bajarse del mundo porque a uno no le gusta el planeta que habita. Es muy frecuente encontrase con máximas del tipo: «que se pare el mundo, que yo me bajo». Cuando leo en una misma publicación más de diez comentarios con este argumento, bien para defender o bien para criticar lo que en cada momento corresponda, siempre pienso qué diría esa gente si de verdad un día se parara el mundo. ¿Se lo imaginan? «Que me mueva el mundo, que yo me subo».

No me pueden oír, pero aquí va una carcajada. Es inevitable. Tanto como cuando leo la siguiente retahíla de frases convertidas casi en un rosario. Dicen: «Así nos va. Así nos está quedando todo (el todo no se especifica). Así va el mundo. Así está la juventud. Así está la política. Así está…». ¿Y cómo está? Ni idea. Es como el todo. Nadie lo aclara. Mal, supongo: o bien. No lo sé, pero así está.

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Respecto a las palabras que les comentaba al inicio y que me dan casi alergia, son aquellas que se emplean con arbitrariedad y de las que se abusa para sentenciar, parecer más docto o ambas cosas. Por ejemplo: «Vergonzoso». Algo, lo que sea, es vergonzoso. ¿Por qué? ¿El qué? ¿Cómo? Da igual. Es vergonzoso y punto. «Indeleble». ¿De verdad? ¿Indeleble? ¿No hay en el diccionario otra palabra mejor o más adecuada para decir que algo es permanente o imborrable? Sobre todo cuando hablamos de un gol, una presentación de un libro o cosas así. «El recuerdo de esta noche será indeleble en mi corazón». Esto lo he leído. No me lo invento, lo juro, y uno se pregunta qué pasó esa noche. Seguro que fue ¿inefable? Lo siento, no me he podido resistir. Indeleble e inefable —que solo nos falta ponerlas en la misma frase— quizá sean algunas de las palabras más impopulares de mi mundo, solo perdonables en excepcionales ocasiones y a excepcionales autores.

Otro día, si les parece, continuamos con esto de la insoportabilidad de algunas palabras y expresiones. Podemos incluso hablar de todas esas citas que son alteradas para que el autor fallecido diga lo que yo quiero que diga y así, desde el más allá o dónde quiera que esté, me dé la razón (porque la tengo).

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