La mala suerte es como nacer pobre. Está ahí, se tiene y va con uno hasta el fin de los tiempos. Quien diga lo contrario, miente. Admitir que uno tiene mala suerte no es plato de buen gusto. ¿Quién iba a querer gritar a los ... cuatro vientos que goza de mala fortuna? Nadie. Tampoco que la buena estrella no quiere desposarse con él. Es algo que puede resultar patético. Triste y patético, así que es mejor mentir. A los demás y a uno mismo; sobre todo a uno mismo. Eso hacía y hace el protagonista de este artículo.

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Ah, ¿pero un artículo puede tener un protagonista? Claro, y más de uno si el autor o los lectores así lo quieren. Ustedes, ¿qué prefieren? Uno. Pues hecho. Tendremos entonces un solo protagonista en esta historia.

Veamos. Érase un hombre con muy mala suerte que cree que la fatalidad se puede quitar, como si fuera roña que con un buen jabonado se limpia. Por eso, siempre intenta, por todos los medios, atraer a la buena estrella. No se da cuenta de que en realidad es una enfermedad incurable. No es contagiosa, pero sí incurable.

¿Qué quieren? ¿Por qué me interrumpen? Que pare de escribir porque les gustaría que al protagonista le pasara algo bueno. Ya, pero eso quizá rompa la verosimilitud de esta historia. Además, ¿quién la está escribiendo?

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Vale, de acuerdo. Cumpliré su deseo.

Un día, este buen hombre, desdichado y a punto de dejarlo todo… ¿El qué? Aquí les dejo libre albedrío. Cada uno de ustedes puede decidir a que se dedica el personaje que hemos creado. Puede ser albañil, pintor, músico, electricista, carnicero, periodista, escritor, etc. A lo que iba. Este buen hombre, desdichado y a punto de dejarlo todo, decide buscarse cualquier otro oficio que le dé dinero y poco en lo que pensar porque, en el fondo, pensar está sobrevalorado. Pensar demasiado le hace a uno más infeliz y él se ha cansado de serlo. Así las cosas, acepta un trabajo mal pagado, que le lleva mucho tiempo y le quita de la cabeza la posibilidad de continuar 'pajareando', como denominan a lo que en realidad es su pasión y ha dedicado toda su vida entera. Por ello ha sacrificado tantas cosas que ha perdido la cuenta; y es que todas ellas se han ido con su amiga la mala suerte. Sí, como en la canción de Los Secretos. Acepta y en ese momento se da cuenta de que lo tenía que haber hecho mucho antes porque todo a su alrededor…

Vale. Alto ahí. Paremos un segundo. Esto no tiene sentido y ustedes lo saben. La mala suerte es como nacer pobre. Está ahí, se tiene y va con uno hasta el fin de los tiempos. Quien diga lo contrario, miente. Así que, dicho esto, aunque este hombre aceptase ese trabajo, dejase de soñar y de hacer lo que realmente le gusta, ganase poco y pensase menos, la mala suerte le acompañaría igual.

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Por ejemplo, si fuera quien estuviera escribiendo este artículo —qué vuelta de tuerca más estupenda—, llegaría a estas líneas y cerraría el texto con el párrafo anterior. Ese sería su final porque todo lo demás es ilusión. Así, nuestro protagonista sonríe con cierta amargura porque entiende que la vida es como un tablero en el que las piezas no se eligen, pero, al menos, él tiene el poder de seguir escribiendo una historia —la suya—, aunque sea para encontrar un final más sincero que feliz.

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