Tal vez quiso Josep Borrell emular a Churchill y actualizar aquel 'lucharemos en las calles' con una versión del siglo XXI. El alto comisionado europeo para Asuntos Exteriores, al que en los últimos días se le atribuye la desafortunada indiscreción de hacer público el plan ... secreto para enviar cazas a Ucrania desde Polonia, pidió a los europeos que batallen contra Putin bajando la calefacción. Quiso con ello recordar que Rusia financia el avance de sus tanques con los 700 millones de dólares diarios que sus compañías ingresan por alimentar las calefacciones y los motores de la Europa más rica. El hecho es que su propuesta fue recibida con más sorna que aplausos. No pocos le recordaron que descargar el trabajo de la diplomacia y la defensa sobre los hombros de los ciudadanos y sus estufas era mucho más que un exceso y poco menos que una sinvergonzonería. Ni la inteligencia ni la trayectoria de Borrell invitan a concluir que se trataba de una frivolidad, sino más bien de un intento de hacer partícipe a la población de dos evidencias cada día más claras: esta es una guerra tan económica como militar y sus consecuencias las sufrirá toda Europa, aunque no sea de forma tan infame, desgarradora y trágica como el pueblo ucraniano.

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Consecuencias que sentirá también la propia Unión Europea, para la que este conflicto supone un desafío no solo en cuanto a las decisiones que debe tomar, sino también para su propia definición. Los países comunitarios apostaron por salir de la pandemia con un poderoso salto económico, construyendo una Europa más verde y tecnológica como elemento de cohesión social. La invasión de Ucrania ha trastocado planes y discursos. Los países europeos siguen hablando de energías limpias, pero asociadas a conceptos como independencia energética. Moscú lo ha dejado claro con su amenaza: no serán los burócratas, sino los ciudadanos los que paguen las consecuencias de cualquier bloqueo a la energía rusa. Por si no lo había pensado hasta ahora, que no lo parecía, Bruselas tendrá que plantearse si tiene sentido una política energética, verde o no, anclada durante los años de la transición a la dependencia del exterior. Y al mismo tiempo, necesitará pensar cuántos aviones de combate y tanques necesitará para defender el sueño de la paz sobre el que se cimentó su espíritu. Varios países han prometido un aumento inmediato de su gasto en defensa. Incluso Alemania, a quien la historia obliga a la prudencia, ha anunciado un rearme inmediato. El verde europeo también será de camuflaje. Y con eso, la ruta de viaje cambiará por completo, aunque queda por ver adónde nos dirigimos.

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