![Los verdaderos planes del III Reich](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202108/16/media/cortadas/Imagen%20planes%20reich-U120950965806E1-U150252256538ieE-1248x770@El%20Comercio-ElComercio.jpg)
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Hace poco se recordó el aniversario de la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética por las fuerzas del Eje, el 22 de junio de 1941, lo que abrió el Frente Oriental. La invasión pilló a los rusos con la guardia baja, y tres ... millones de hombres entraron como una plaga, devastando todo a su paso. El final ya es sabido: las infinitas estepas, la reacción del Ejército Rojo y el General Invierno terminaron por dejar en agua de borrajas los planes de colonización de los nazis. Sin embargo, de lo que no se habla tanto es del objetivo de esa colonización.
Cuando los nazis invadían un país, funcionaban exactamente igual que las langostas bíblicas: esquilmaban toda su riqueza, provocando la ruina alimenticia de las naciones derrotadas. Los nazis explotaban el hambre como un arma elemental más, igual que explotarían el petróleo o el poder mecánico de los pánzer. Eran ingenieros del hambre, y la diseñaban con la precisión balística de sus V1 y V2. La ley es simple: sólo se alimenta a quien sirve a los vencedores, el resto debe morir de hambre. Los planes de Hitler para Europa eran despoblarla mediante el hambre, una creada de forma artificial. No se trataba de algo nuevo, los romanos ya habían utilizado esta política en determinados territorios de su imperio. Lo que era nueva era la forma en que los nazis afinaban su máquina de confiscación, condenando a morir de hambre no solo a los enemigos del Reich, sino a los neutrales, a quienes no cooperaban. La forma de conseguir esclavos para sus fábricas en todos los países sometidos era utilizar las 'tarjetas de pan', raciones adicionales de alimento para los obreros. Sólo los que van a trabajar a Alemania reciben lo suficiente para no morirse de hambre. Las raciones eran mínimas, un chiste si se consideran las necesidades alimenticias de un adulto, pero suficientes para seguir vivos (si a eso se le puede denominar vida).
Ya hemos contado la novedad que significaron los nazis en esta política del hambre. El carácter 'científico' que aplicaron a su medida bélica. Un saqueo organizado de forma que se alterasen las cifras de población de los países en beneficio de Alemania. Hitler ya lo había manifestado con rotundidad: la despoblación es una ciencia. Y donde alcanzaría sus cotas más monstruosas sería en los países orientales, en especial tras la invasión de Rusia. Antes de dicha invasión, los compinches del Führer habían examinado los estudios de la Liga de las Naciones sobre dietas y desnutrición producidas por déficits específicos, calibrando la cantidad de energía necesaria para mantener vivas las células. En esa medición, llegaron a distingos muy sutiles: algunos debían ser reducidos a esclavos, débiles, pero aún operativos, como los polacos; otros, como los eslavos, y, sobre todo, los judíos, debían desaparecer de la faz de la tierra. Se trataba de la infame ciencia nazi de la 'alimentación racial', de la forma de distribuir la grasa según nacionalidades, todo realizado de una manera minuciosa con un solo fin: crear tres razas, la de los señores, bien alimentada, la de los siervos, tan débil que no podría rebelarse, y la de los muertos.
Cuando la Wehrmacht invade Grecia, en 1941, todo lo que podía ser consumido fue empacado y enviado a Alemania en los cinco días siguientes. En Serbia, Francia, Noruega, Holanda, aparte de las matanzas y las torturas, lo que eran inmediatas eran las colas del hambre. Y el pan, que cambiaba radicalmente de color, del mullido candeal a un gris o negro cementado. A lo largo de toda Europa las máquinas de escribir redactaban informes y órdenes que condenaban a muerte a miles de personas. Y con la desnutrición, llegaban el resto de los jinetes apocalípticos, el tifus, la tuberculosis, el canibalismo… La misma hambre que estaba incrustada en los alemanes que perdieron la guerra en 1918, la desnutrición y los males psíquicos que asolaron su nación durante Weimar, fue transformada en barbarie por los nazis, una jugada maestra, aunque de consecuencias brutales y duraderas. Este Hungerplan llegó a sus cotas más ignominiosas en los territorios orientales.
El Plan General del Este, que preveía la creación de un gran imperio alemán que llegaría hasta los Urales, calculaba una cifra de 30 millones de muertos. El plan corrió a cargo de Herbert Backe, hombre de confianza del ministro de Agricultura, Walther Darré. El objetivo era tomar las ciudades rusas, enviar sus provisiones a Alemania y luego acordonarlas, para que la población no recibiera ningún alimento. El plan había recibido el visto bueno del ejército, pues le permitiría alimentar sobre el terreno a tres millones de hombres y a 600.000 caballos. Sencillamente, era un plan genocida de aniquilación para que se crease el Lebensraum, el 'espacio vital' necesario para la relocalización de diez millones de colonos alemanes, que utilizarían como mano de obra esclava a los Untermenschen eslavos, quienes trabajarían hasta morir. Este plan de Reforzamiento de la Raza Alemana ya comenzó en el trato en los campos de prisioneros, en 1941. Los millones de soldados soviéticos apenas recibieron agua y comida, aparte de permanecer a la intemperie, rodeados por alambre de espinos. Se calcula que solo en el año de la invasión, durante el Drang nacht Osten, el Impulso hacia el Este, murieron alrededor de dos millones de soldados rojos. El hambre utilizada como herramienta de control político. La inanición como herramienta de destrucción masiva.
Pero no nos olvidemos de su némesis, Stalin. El monstruo del Este ya había ensayado su propia versión del infierno del hambre con los campesinos ucranianos, el Holodomor (literalmente, 'matar de hambre'). Entre 1931 y 1934 murieron de inanición al menos cinco millones de personas, a fin de sovietizar Ucrania y liquidar su idea nacional. Las escenas que se describen son escalofriantes y no caben en este artículo (y hablo de padres devorando a sus hijos). Vasili Grossman, en 'Todo fluye', lo escribe: «Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta... Luego llega el día en que el hambriento vuelve a casa, se arrastra hasta casa. Eso significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará».
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