La llegada del verano complica la gestión de la vacunación. La gente se va de vacaciones cuando le tocaba recibir la primera o segunda dosis y no está previsto que en el destino elegido para descansar se la vayan a administrar. Hay 20 millones de ... españoles en edades comprendidas entre los 30 y 60 años que pueden tener problemas para quedar inmunizados ante el virus, ya que les toca recibir la vacuna en los próximos dos meses. En el Principado están dispuestos a inocular la vacuna a los forasteros, siempre y cuando el Gobierno central envíe más dosis.
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Se ha elegido un sistema tan rígido de vacunación (te fijan lugar, día, hora y minuto) que cualquier movimiento del personal provoca trastornos. Como todo el mundo tiene tantas ganas de ser inmunizado se han reprimido las críticas, que brotan solas. No es de recibo que te hagan una llamada telefónica por un dispositivo digital dándote dos opciones a elegir y tengas que contestar sobre la marcha aunque estés en unas circunstancias difíciles para hacerlo. En otros sitios es la propia gente la que llama por teléfono y escoge lugar, día y hora. Lo mismo ocurre con el personal sanitario, no se entiende que no se haya pedido la colaboración del sector privado. Se optó por un sistema inflexible que seguro que tiene una lógica, pero nunca nos la han expuesto. Lo cierto es que resulta chocante que dentro de un mismo rango de edad, por ejemplo, 50-59 años o 60-69 años, vayan por delante, con frecuencia, los menos añosos.
En el sistema elegido va a ser muy difícil encajar la casuística de las vacaciones. La ministra Carolina Darias va a chocar nuevamente con los planes de las comunidades autónomas que no coinciden con sus previsiones. El Gobierno central pasó del centralismo más radical que quepa imaginar, en los meses del confinamiento domiciliario, a una descentralización propia de territorios confederados en cuanto se superó la primera ola. Intentar volver ahora al método del ordeno y mando no es realista. Aquí hay que abordar un asunto vidrioso que viene de muy atrás. En el sistema autonómico no siempre hubo una atención sanitaria adecuada a las personas desplazadas de otras regiones. En Asturias nunca hubo el menor problema porque somos una tierra abierta y acogedora, inmunizada por la historia ante el virus de la xenofobia. No se puede decir lo mismo de todas las autonomías. Un turista que llega de Cádiz, con su habitual gracejo, a una tierra infectada por el identitarismo puede tener problemas. Una verdad incómoda.
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