Secciones
Servicios
Destacamos
Un verano sin noticias políticas, incluso sin ningún incidente o comentario que le haya permitido a la derecha esgrimir por enésima vez la reivindicación de la soberanía Gibraltar, podría parecer en realidad un verano sin política.
Sin embargo, nada más político que ponerse de acuerdo ... sobre las principales amenazas para la vida vida humana y para la supervivencia del planeta.
El comienzo, con la espada de Bolívar y con su caracter identitario, parecía que apuntaba maneras, como también el debate sobre los dos grados de temperatura de los comercios y el horario de luz de los escaparates, dentro del decreto ley de ahorro y la eficiencia energética, aunque inmediatamente, debido a la banalidad de ambos casos, todo se consumió por inanición. Desde entonces, el mes de agosto se ha instalado en la lógica de la emergencia y de la catástrofe relacionadas con el clima.
Porque da la impresión de que si bien es cierto que las buenas noticias no son noticia, tampoco las noticias catastróficas, que a fuer de desmesuradas y repetidas, se consumen en sí mismas y rápidamente dejan de ser noticia. Sirven, como mucho, para abrir los telediarios en los titulares y para cerrarlos con las noticias de sucesos y los cada vez más sesudos y extensos programas del tiempo, pero en mucha menor medida para estimular la reflexión y el debate sobre las grandes amenazas de nuestro tiempo.
Así ha ocurrido con las olas de calor, luego con los incendios catastróficos y al final con los efectos de la sequía sobre la reducción alarmante de las reservas de nuestros embalses y, como consecuencia, sobre la situación de la agricultura, y en los casos extremos llegando a los cortes de suministro del agua de boca de algunas localidades.
Es cierto que a pesar de la potencia de la imagen de los meteoros y en algunos casos, por suerte minoritarios, de sus dramáticas consecuencias, como los fallecimientos por los golpes de calor o los heridos del tren cercado por las llamas, ha habido quien no ha eludido entrar a la polémica, aunque con manifestaciones tan poco sustanciales que no han dado para más.
Ahora termina con el eterno debate sobre la filtración de un acuerdo incumplido que muestra, también por enésima vez, el bloqueo del viejo y del nuevo PP a la obligada renovación constitucional del Consejo del Poder Judicial.
Quizá porque pensábamos que, como ha ocurrido frecuentemente en los últimos veranos, en que políticos y periodistas nos íbamos de vacaciones con la idea preconcebida de que no pasaría nada, la realidad no tardaría en desmentirnos. Una vana ilusión que últimamente siempre se ha frustrado, de modo que agosto nos ha sorprendido con un mes más abigarrado y lleno de noticias políticas incluso que cualquier otro mes del año.
Tan ha sido así, que de forma voluntaria hemos ido adelgazando el mes de agosto, en contra de nuestra inmerecida fama de vividores, ocupando la primera semana con los respectivos balances del periodo legislativo, cerrando con el encuentro de Marivent del presidente con el jefe del Estado y, ya en la última semana, abriendo con la convocatoria, que también se ha vuelto tradicional, de la diputación permanente a partir del día veinte y de un pleno escoba para convalidar más de un real decreto ley pendiente antes de finalizar el mes, dejando en las semanas centrales un retén con caras nuevas en cada partido para responder a los imprevistos.
Finalmente, nos hemos instalado entre el ruido del disfrute veraniego, tan largo tiempo esperado como consecuencia de la pandemia, y la incertidumbre que supone la duración de la carcoma de la inflación sobre nuestras rentas y capacidad de consumo.
En el trasfondo, ha continuado el drama de la pandemia, por fuerza cada día más silenciosa, y los ecos de la guerra de Ucrania, cada vez más estancada y tan solo aparentemente más lejana.
Y sin embargo, en este verano sí que hemos vivido peligrosamente, a caballo entre catástrofes climáticas que agravan la sensación de riesgo e incertidumbre entre una ciudadanía que reclama a la política y a la ciencia una seguridad cada vez más difícil de garantizar. Si acaso el control, la mitigación y la convivencia, como hemos comprobado en la pandemia. Bien haríamos pues en incorporar como prioridades la prevención y también la adaptación a fenómenos como la emergencia climática, así como frente a sus consecuencias catastróficas en las olas de calor, los incendios o la sequía. En tiempo de catástrofes e incertidumbre, si bien la seguridad tal y como la hemos conocido en el pasado no es posible, sí lo es el objetivo de reducir los riesgos mediante la prevención y la adaptación a las nuevas circunstancias, y ante todo la protección de la vida, de las condiciones y de los bienes básicos de nuestros conciudadanos.
Se trata de hacer la buena política de lo posible y al tiempo de no dejar espacio al populismo que agita el malestar prometiendo lo imposible.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.