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En realidad, no sabemos muy bien en qué ola del coronavirus estamos. Algunos dicen que es la séptima, pero otros nos sitúan ya en la octava. Todo ello, porque la última reconocida oficialmente, o sea, la sexta, fue tratada con una laxitud desmedida por parte ... de nuestros gobernantes. Esto es, decretaron el fin de la pandemia y una nueva forma de afrontar la lucha contra el virus: el 'Laissez faire, laissez passer'. Exactamente lo mismo que se está haciendo ahora: dejar hacer, dejar pasar. Pues bien, sea el número que sea, lo que sí tenemos claro es que la covid ha vuelto con fuerza. Es más, seguro que el amable lector conoce algún caso cercano o lo ha sufrido en carnes propias. Eso sí, de momento, con síntomas leves. No obstante, el número de hospitalizados en Asturias ha crecido cerca de un 50% en apenas una semana, mientras que los contagios se han multiplicado por cuatro en un mes. Ojo, y eso con estadísticas poco fiables, puesto que el mecanismo de seguimiento fue reducido a la mínima expresión. Es decir, ya no se realizan tantas pruebas como antes y el Ministerio de Sanidad se dedica a informar de aquella manera. En resumen, estamos a oscuras y la política oficial continua en la misma línea: todo lo que sube, acaba bajando.
¿Qué es lo que hace diferente esta ola? Sin duda, que se está produciendo en pleno verano. Algo que hasta ahora no habíamos visto. De hecho, una creencia bastante arraigada identificaba la llegada del virus con el frío. Pero estamos viendo que no es así. Este nuevo arreón vírico nos pilla cuando más interacción social se produce y menos utilizamos la mascarilla. Además, claro, de que el sistema sanitario está débil. Entre otras cosas, porque en el periodo estival siempre falta personal y se cierran plantas por las vacaciones. ¿Qué es lo que se debería hacer viendo que la situación se complica a diario? Entiendo que volver a decretar el uso de la mascarilla. Al menos, en interiores. A nadie debería molestar esta medida, puesto que hasta hace poco era casi una parte de nuestro cuerpo. De sobra sabemos, por experiencias anteriores, que las llamadas a la «responsabilidad individual» tiene efectos prácticos bastante limitados. Máxime, si nos están vendiendo por todos los lados que este verano, -al no haber podido disfrutar de los dos anteriores- va a ser la leche. Entiendo, pues, que nuestros gobernantes deberían mover ficha.
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