Los votantes de izquierda de Madrid, los que han votado y los que no han querido acudir a las urnas, tienen razones para estar enfadados. Los tres partidos que pretendían representarlos no han sido capaces de sumar para gobernar, y a los tres se les ... puede pedir cuentas por haber perdido, de forma clamorosa, la ventana de oportunidad que se les abrió a raíz del hundimiento del PP madrileño bajo el peso de la 'Gürtel', la 'Púnica' y el resto de sus escándalos. Al final, todo lo que han logrado es gobernar el ayuntamiento durante cuatro años, que pasaron y quedan en la memoria como una ilusión o un espejismo.

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Ahí empezó a estropearse la oportunidad. Es lícito que la candidata de Más Madrid, Mónica García, celebre su resultado, pero lo habrá de hacer desde la oposición, entre otras razones, por la incapacidad que la alcaldesa Carmena demostró a la hora de merecer los votos de los distritos humildes de Madrid. Allí se le escapó la posibilidad de renovar la alcaldía, y por esa vía se le fueron también a la izquierda las opciones para la Comunidad en 2019, abriéndole paso a Ayuso.

En cuanto al PSM y Unidas Podemos, el mensaje del electorado es demoledor: al primero no parece quedarle más futuro que la liquidación y la refundación, después de sumar tres décadas de fracaso ininterrumpido; a los segundos, los madrileños les han certificado la insignificancia electoral de su hasta ahora supremo líder. Teniendo en cuenta que Madrid es poco menos que el lugar natal del movimiento, no estaría de más ir pensando en un nuevo Vistalegre, antes de que sea tarde y se vean en la misma pendiente que Ciudadanos.

El fracaso de estos demuestra el poco acierto con que han gestionado su coalición con el PP y esa moción murciana que va a quedar para la Historia como el Waterloo de los naranjas. Y de rebote, el instinto de Ayuso cuando decidió disolver la asamblea y encomendarse al voto de los madrileños. No faltarán en esta hora quienes traten de salvar sus muebles o reafirmarse en sus convicciones achacando al electorado de Madrid torpeza en su decisión. Sin embargo, la democracia descansa sobre el principio de que la ciudadanía sabe lo que quiere, y es forzoso reconocer que la candidata del PP ha sabido leerlo mejor que nadie.

Mejor, desde luego, que aquellos que contemporizaron con los que se recreaban, día sí y día también, en su aversión por Madrid, motejándolo de paraíso fiscal -con un tipo marginal del IRPF del 43,50%- o de «bomba vírica»; mejor, también, que aquellos que denostaban su estrategia contra la pandemia, mientras se abstenían de rechistar ante prácticas inhumanas de otros, como excluir de la vacunación a policías y guardias civiles. Los madrileños no han premiado ese maltrato, como tampoco el hosco dogmatismo que ha exhibido buena parte de la izquierda. Lo sorprendente es que eso pueda sorprenderle a alguien.

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