Hace 30 años, cuando yo empecé a trabajar en ACNUR y viajaba a los campos de refugiados, me llamaba la atención cómo podían jugar al fútbol niños y niñas con una pelota hecha de cuerdas y plásticos, cómo hacían carreras de relevos descalzos a 40 ... grados, pero, sobre todo, cómo el deporte fomentaba la convivencia, les devolvía la alegría y un poco la sensación de 'normalidad' robada por la guerra y la violencia.

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Tocamos muchas puertas para pedir apoyo para la construcción de suelos y techos donde los jóvenes refugiados pudieran jugar resguardados del sol, para solicitar equipación, técnicos y compromisos a largo plazo que permitieran actividades deportivas sostenibles.

Ha sido un largo camino de sensibilización sobre el poder y la magia del deporte, para la identificación de jóvenes promesas y la colaboración del COI, esencial para entrenar y preparar a estos atletas y para crear conjuntamente el Equipo Olímpico de Refugiados en 2015.

Río 2016, Tokio 2020... Más de 40 hombres y mujeres atletas, procedentes de países diversos como Siria, Sudán del Sur, Irán, Eritrea, República Democrática del Congo y Etiopía, participaron en estos Juegos bajo distintas disciplinas.

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Son personas refugiadas que han superado más obstáculos en su vida que muchos otros atletas. Han sobrevivido a las bombas, pérdida de seres queridos, travesías mortales cruzando fronteras terrestres y marítimas. Han empezado de cero sus vidas en otros países. Pero no han tirado la toalla. Se han aferrado al sueño de competir bajo la bandera olímpica en representación de más de 100 millones de personas desplazadas forzosas actualmente por la guerra y la persecución.

A pocas semanas de la celebración del Día Mundial del Refugiado (20 de junio), este premio, que en 1991 recibió ACNUR, es un espaldarazo que pone en valor la fortaleza y el espíritu de superación de los atletas refugiados y del poder del deporte para cambiar y reconstruir vidas.

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