El poeta asegura que nunca deberíamos volver al lugar donde hemos sido felices. El tiempo habrá hecho su trabajo destructor, los verdes se habrán vuelto grises y el brillo óxido. La inteligencia artificial ahora es lo natural y la voz metálica de un robot nos ... convocó a los de mi quinta para inocularnos un poco de ese mal que a tantos se ha llevado. Me encontré con mi añada en fila de a uno, esperando ese chute de presente, percibido como salvación o amenaza. Éramos todos extraños compartiendo calendario, con una mezcla de alivio y ansiedad, cobardía y arrojo, incertidumbre y alegría, miembros privilegiados de la parte buena del mundo, donde la salud es un bien público y universal. Parecía la hilera del Juicio Final, en la que los justos recibiríamos una prórroga a este lado del espejo, citados en la cancha en la que disfrutamos de tantos buenos momentos musicales y deportivos, hipnotizados por el bote de una pelota, el roce de un aro o el atisbo de otros mundos posibles. El estado del bienestar nos había pedido un hombro por nuestro bien y la salud colectiva. Desfilaron nuestras barrigas, arrugas y calvicies, con la euforia de haber llegado a este punto y la curiosidad de compararnos con nuestros contemporáneos. ¿Será que voy a coincidir con aquella chica que me gustaba y que no volví a ver? ¿Qué es lo que quedará de los que soñábamos juntos en una ciudad que ya no existe?

Publicidad

Me puse a rueda de unos hermosos tobillos que avanzaban frente a mí a estricta distancia social. Mientras juraba no perderme nada si salía de esta, me preguntaba si la enfermera detectaría la huellas de mi vacuna del 'sapo kambó', que un chamán brasileño de la tribu katukina me aplicó cuando pretendía mezclarme con mi tierra de acogida. Los ocho puntitos que muestran las huellas de otras tantas quemaduras donde me untaron las secreciones del simpático anfibio amazónico, ricas en péptidos, pasaron desapercibidos, pero el trance me hizo recordar el momentáneo shock anafiláctico que sufrí entonces y que hasta el momento me ha protegido de cualquier infección. El abanico de efectos secundarios padecidos después de la inyección me sugirió que había ofendido a mi sistema inmunitario introduciendo una invitada indeseable. Pero es preferible estar envenenado un rato que estarlo todo el tiempo. Para los antropólogos, la enfermedad siempre ha sido un importante agente de la selección natural y la evolución genética y cultural. Sería estupendo que inventaran una vacuna contra el odio. Somos porque ayudamos. Como escribió Camus, la peor epidemia no es biológica sino moral. El efecto más indeseable de esta pandemia sería que nos recluyéramos en nuestra propia burbuja.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad