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Hace unos días pregunté a mis alumnos por la probabilidad de estar empleados cinco años después de egresar de la universidad. Las respuestas no se hicieron esperar: «un 20% de posibilidades». «Un 10%». «Un 5%». «Un 15%». Por supuesto, las respuestas no sólo eran incorrectas, ... sino que pertenecen a una percepción mítica muy alejada de la realidad. Porque el dato correcto, de acuerdo con la Encuesta de Inserción Laboral de Universitarios que realiza el Instituto Nacional de Estadística, era, para 2019, última edición de la encuesta, de un 86,1%. Mejorando, por cierto, el 74% que se registraba en 2014. A partir de ahí, comprobé que sus expectativas sobre salarios, calidad del empleo o relación del empleo con los estudios realizados eran peores, sistemáticamente, a la situación real, aun asumiendo el deterioro de estos tres últimos años. Un ejemplo: al preguntarles por el salario medio que cobraban los egresados, ahorquillaron las repuestas en una banda bastante inferior a los 1.000 euros mensuales. La realidad es que ganan, de promedio, unos 1.400 euros al mes.
El mercado laboral mejora la percepción que tienen de él muchos españoles. Pero eso no implica que el acceso al trabajo de los universitarios sea óptimo. Ni siquiera bueno. Si comparamos con lo que ocurre en Francia -que no disfruta de una economía especialmente dinámica-, los resultados son algo frustrantes. Allí, según el Ministerio de Enseñanzas Superiores, transcurridos cinco años del egreso los que trabajan son un 91%. Y a los tres años, el 85%, frente al 67% en España. Sin embargo, el salario francés, que promedia unos 1.600 €, no mejora mucho el español, más aún considerando la prorrata de pagas extraordinarias en España y el coste de la vida en el hexágono, algo superior al nuestro.
Además, no todos los egresados españoles disfrutan de buenos empleos. Un equipo encabezado por la gijonesa Lucía Gorjón presentó días atrás una interesante explotación de la Encuesta del INE. Más allá de la empleabilidad media, aparecen notables diferencias en función de la rama de conocimiento. En ciencias de la salud o ingenierías y arquitectura, casi todos los graduados trabajan, pero en artes y humanidades una cuarta parte carece aún de trabajo. Las diferencias son aún mayores si atendemos a lo que en el informe denomina 'empleo encajado'. Que, dicho en román paladino, equivale a trabajar en lo tuyo. Pues bien, la media de 'encajados' es de un 63%, con máximo del 83% en la rama sanitaria y mínimo del 47%, en la rama humanística. Francia no emplea el mismo criterio, pero el promedio de encaje estaría en el 85%, con máximo del 93% en las ramas científicas y mínimo del 73% para filologías y enseñanzas artísticas.
Del mismo modo, los salarios fluctúan bastante en función de la rama de saber. La franja más habitual es la de 1.000-1.500 euros mensuales, seguida por la situada entre 1.500 y 2.000 euros. Pero en el caso de las ingenierías, la relación se invierte, y es más frecuente la banda 1.500-2.000. Son variaciones similares a las que se registran en Francia, donde financieros y tecnólogos andan por los 2.000 euros de ingresos netos medios, por 1.500 de historiadores o arqueólogos. Las pautas de empleabilidad y calidad del empleo se repiten cuando atendemos a la duración del contrato o al tipo de jornada. La media de los contratos indefinidos en España es de un 58%, por un 73% de Francia.
Sobre Asturias: la inserción laboral está un par de puntos por debajo de la nacional. También estamos por debajo de la media en la tasa de egresados que, habiendo estudiado en Asturias, trabajan aquí: un 63%, con un 27% en el resto de España y un 10% en el extranjero, la tasa más elevada de expatriación de todas las comunidades.
Son datos que nos llevan a pensar si no estaremos haciendo excesivo énfasis en lo negativo del mercado laboral, no sé si por desconocimiento o por interés político. Es obvio que no permiten alharacas, pero tampoco ofrecen horizontes tan negativos como la mayoría social cree. Parece que, desde hace unos años, se intenta desmotivar a una juventud, ya bastante desmotivada de por sí. Algo parecido sucede cuando se cuestiona la meritocracia: todo apunta a que, sin alcanzar los niveles deseables, se mantiene una apreciable movilidad social, muy en especial entre aquellos que logran alcanzar una carrera universitaria. Pero, sin embargo, no es infrecuente escuchar, entre los jóvenes, incluso universitarios, eso de que «estudiar no sirve para nada».
Y ¿por qué esa baja empleabilidad? Primero, por lo exiguo de un mercado laboral incapaz de superar los veinte millones de ocupados desde 2008. Para tener la tasa de empleo de los países centrales de la UE debería andar por los 24 millones. Segundo, por la relativa escasez, por comparación con la media comunitaria, de empleos cualificados en general y STEM (ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas) en particular. Tercero, por la tendencia de la juventud a estudiar carreras con pocas salidas profesionales. Cuarto, como consecuencia de la mediocridad formativa de muchos títulos, sin apenas universidades españolas que destaquen en los rangos internacionales de calidad. Y, quinto, y a modo de hipótesis, quizá por ese pesimismo desincentivador, que redobla la aversión de muchos jóvenes a afrontar retos vocacionales, aunque complejos o, incluso, a trazarse un plan de vida adulta.
Los jóvenes y sus familias, han de ser conscientes de que la formación es, cada vez más, la llave para acceder a los buenos empleos. Pero también de que si se quiere acceder a un título universitario, no todos ofrecen las mismas posibilidades de trabajar. Y es que, desde 1997, la fuerza laboral en España ha alterado su composición, no sólo cualificándose, sino cambiando el perfil profesional que se demanda, tanto en el sector privado como, cada vez más, en el público: los matemáticos y estadísticos se han multiplicado por 11. Los informáticos e ingenieros por tres. Y los especialistas en finanzas por cinco. Por el contrario, ramas como la de profesores en enseñanzas regladas, por ejemplo, emplean los mismos efectivos.
España debe priorizar la inversión productiva (¡ay!, la gestión de esos Next Generation) para mejorar su productividad. Pero es esencial, además, esforzarse en mejorar nuestro capital humano, perseverando en la mejora de la formación universitaria y en la promoción de la formación tecnológica o financiera, tan poco queridas por los españoles y, sobre todo, las españolas. Y hacerlo con visión global.
Y los adolescentes han de entender que una de las claves de una inserción laboral exitosa es asumir que ya no basta un título universitario, sino que es necesario ajustarse a las demandas de un mundo en transformación para acceder a una vida adulta plena. Siquiera, en la dimensión laboral.
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