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La niebla se cierne sobre el collado de Sierra Buena, el grupo de estudiantes ha dejado Vegamaor bajo el sol radiante que espera encontrar en la siguiente majada, pero el bocarón arroja algodones grises que enturbian la visión, aunque transmiten el campanilleo de un rebaño ... de 'oveyas' que viene al cruce, encaminado por su mastín. Los itinerantes han salido a las siete y media de Bulnes y a las seis y diez acaban de llegar a su destino en Arnaedo, después de 30 km de marcha, haber superado 1.400 m de desnivel positivo y pendientes del 70 % en la canal de Culiembro, cargados con la impedimenta de autosuficiencia. Fue un reto para todos y juntos, todos, llegaron a la fuente de la majada. Allí, de pronto, entre la niebla, surge la sombra de una mula cargada con el suministro del pastor que la sigue. Nos saluda y charlamos: «¿Son militares?». «Hay de todo, también estudiantes». «Yo hice la mili en Córdoba, trece meses». «Seguramente en Cerro Muriano», dice uno que estuvo en la caja de recluta. «Allí estuve. Cuidaba las oveyas y vivía bien. Solo hacía imaginarias. Tenía un teniente con el que me llevaba, se apellidaba Torrico Calero. Ya habrá muerto». Nos presentamos. El pastor, también resulta ser vaquero pues tiene una 'cabaná' de ciento y pico vacas, además del rebañín de oveyas y unas cuantas cabras, pues la mayor parte las vendió el año pasado, que ramonean «pa la parte del monte Las Muyeres».
Gustavo es un buen mozu de 63 años, alto, fibroso y de largas patillas. Ha dedicado el día «a andar al herba» con sus hermanos en Remis y ahora sube «pa'l puertu». Va a amajadar a Vegamaor. En su 'cabana' quedará hasta septiembre y luego bajará a Ostón. En ella tendrá la ocasional compañía de su hermano Antonio. «Somos pocos y cada vez peor aveníos». Lo dice sin perder el gesto afable ni la dignidad del trato cordial. Tiene ganas de hablar y enumera los vaqueros-pastores que andan por los alrededores: le sobran dedos en la mano. La verdad es que los excursionistas ven murias donde antes había cabañas, corros y bellares; ven cómo el matorral va acogotando el pastizal de las plazas de toros, vacas y reciella que son las majadas, el tesoro de los Picos. Allí, ahora, se siente la soledad y la belleza, y eso crea un sentimiento peculiar que, sin duda, conforma a Gustavo; pero a él más le preocupa la 'criaca' que le comió el lobo hace unos días y el ternero que tiene perdido, para el que se imagina lo peor: una carnicería.
Gustavo cumple las reglas de las tres capas: camiseta, camisa y en el brazo un chubasquero; por lo demás lleva el uniforme del cuerpo: pantalón de mahón y chanclos con zapatillas de andar por casa. Nada de goretés. Entre los sacos, sobre la albarda, asoma un paraguas negro. La conversación va atrayendo a instruendos expectantes. Cuando Gustavo se despide, la pala sarmentosa de su mano parece que rasga la niebla, que a su conjuro se levanta y nos deja contemplar un paisaje de ensueño. El que se divisa desde el claristorio, el nivel más alto de una catedral, que aquí se llama Picos de Europa, en cuya torre occidental estamos un grupo de 22 reviviendo otra excursión de hace 139 años, donde precisamente en Vegamaor los profesores civiles Giner y Cossío; militares, Torres Campos, y alumnos como 'Julianillo' Besteiro o el veinteañero Sela podrían haber conversado con la pastorina que allí amajadaba, que al principio huyó de ellos y luego, reclamada por el pastor que les guíaba, 'El Coterni', volvió para ofrecerles una zapica de leche. Seguramente encontrarían los caminos más transitados, las esquilas más vibrantes y las majadas más pobladas. Las que ahora atravesamos contrastan con la de Belbín, con acceso rodado para los Toyota Hilux, placas solares y Gamoneu del puerto. Apenas un par de horas de camino y uno cambia de mundo. Es la diversidad de Asturias, un país creado por paisanos como Gustavo, que merecerían una especial consideración o, como hoy se dice, protección por peligro de extinción. Él, que es un maestro en el arte de hacer que el ganado coma bien, es de los imprescindibles, pero como el replicante Roy Batty siente que todo eso se perderá en el tiempo. Y que su papel no ha sido comprendido por los suyos. Hora de morir. Mientras llega, seguirá con su trabajo, que para la mayoría sería físicamente insoportable. Pero él está preparado para proporcionar a los suyos Alta Calidad Alimentaria. Detrás de él hay mucho conocimiento: agrológico, climatológico, contable… aplicado con un grado de eficiencia sobresaliente. De sus decisiones depende que el pasto no se embastezca, que los caminos no se cierren, que el monte se acobarde, que se puedan producir quesos y alimentos únicos , de calidad garantizada. Creo que él se siente solo, pero no parece que eso le impida acometer semejantes tareas. Sencillamente cumple con la que desde niño respiró. No quiere hacer otra cosa que la que sabe. Con dignidad y sin impostura. Los instruendos lo reconocen como 'un máquina'; en términos más épicos sería un héroe, uno de los últimos de Vegamaor. Duros como piedras. Cuando ellos desaparezcan, entonces los Picos serán, por fin, un paisaje natural. Pero no tan guapo ni tan útil.
En Suiza lo saben y, por eso, a los del género de Gustavo los protegen más que a los lobos, su enemigo natural.
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