Dime, ¿qué es para ti Gijón, el Sporting y el periodismo?». Cualquier respuesta posible parecía por debajo de las expectativas. Canal te recibía en tu primer día de prácticas en EL COMERCIO con la seriedad de quien respeta tanto su trabajo como para no perder ... ni un segundo en dejarte claro que esperaba de ti tanto como él estaba dispuesto a dar. Y con un compromiso personal que nunca anunciaba, pero que a partir de ese momento se cumplía, de regalarte todo lo que sabía, respaldarte en cada dificultad y exigirte lo máximo porque cada lector del periódico nunca merecía menos. En su carrera no quedó género o sección en la que no apareciera su firma, aunque nunca ocultó su predilección por los asuntos de Gijón, ni su pasión por el Sporting o la tauromaquia, asuntos de los que la hemeroteca atestigua su rigor en la crónica, la innegociable independencia de su mirada periodística y su exquisita precisión en los términos. Aunque Canal fue mucho más en la Redacción que uno de los mejores cronistas de su tiempo. Fue un periodista total porque nada se escapaba a su extraordinaria capacidad de trabajo y a una implicación sin concesiones. Movía la Redacción a su ritmo incansable, desde la distribución de las páginas al cierre, repasaba cada página a la caza de las erratas y aún sacaba tiempo para ejercer su magisterio. Por eso, muchas de las dudas acababan por disiparse con el incuestionable «pregúntale a Canal». Fue un hombre de redacción, de jornadas intensas y de trabajo en equipo, que compartía sus éxitos y sufría los errores de los demás como si fueran propios. Para él, cada línea era responsabilidad de todos en una cabecera que era su vida. Solo alguien como Canal, como siempre quiso que se le llamara en la Redacción, podía convertirse en la mano derecha de un gigante como Francisco Carantoña, a quien conoció y ayudó como pocos. Difícil tener la impresión, después de hablar más de diez minutos con él, de que hubiera podido ser feliz en ningún otro sitio que no fuera EL COMERCIO. A su cabecera consagró su talento y su esfuerzo como imprescindible adjunto de todos los directores que sucedieron a Carantoña. Porque si un rasgo define a José Antonio Rodríguez Canal ha sido su insobornable lealtad. A su cabecera y al compromiso de EL COMERCIO con Gijón. Y cuando se trataba de cumplir con ello, el periodista junto al que los más jóvenes intentábamos sentarnos en la redacción o en la sidrería para aprender de la profesión y de la vida, se convertía en un muro infranqueable.

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Nadie tan dispuesto como él a pelear por Gijón, aunque ello le costara prescindir del elogio fácil o incluso ganarse algún enemigo. Defender a su ciudad era innegociable y si para ello había que levantar la voz o escribir algo que incomodase a los poderosos, en Canal no cabía un titubeo. Por eso, después de su jubilación, quiso seguir con sus artículos. Por supuesto, en la sección de Gijón. Los domingos, su opinión se recibía en la Redacción con el mismo interés con el que los lectores la esperaban cada lunes. Empezar la semana leyendo a Canal se convirtió en una costumbre gijonesa. Cada columna, un ejercicio de precisión en la escritura, con argumentos sostenidos por los datos y una conclusión sin paños calientes. El Doctor, el apelativo con el que Carantoña le distinguió, ha sido un imprescindible cronista de Gijón porque sus artículos no solo narrarán a la posteridad el suceder de la actualidad gijonesa, suponen también el relato espiritual de una ciudad a la que quiso como el más importante de sus principios. Y así la reivindicó. Lo que le costó algún que otro disgusto, pero no arrepentimientos. Cuando se trataba de contar la verdad o de decir lo que se piensa, José Antonio Rodríguez Canal no hacía concesiones. Con tanta rotundidad, que incluso se ganó una cierta aureola de adusto que nunca le importó. Tal vez porque siempre le gustó ejercer su bondad desde el silencio. Algunos de sus beneficiarios jamás lo han sabido.

No le faltó a Canal el respeto de una profesión en la que ejerció de referente, pero nunca le gustó que le iluminasen los focos y aún menos publicitarse a sí mismo. Al recibir la Medalla de Gijón ni siquiera dedicó una palabra a sus logros periodísticos. Repartió los méritos con todos los que le habían acompañado en su fecunda trayectoria periodística en EL COMERCIO. «Lo recibo como un premio colectivo», proclamó. Y cuando fue reconocido con la Medalla al Mérito en el Trabajo, Canal, a quien las apreturas de la economía familiar le habían obligado a emplearse con solo doce años como recadero en una zapatería, tiró de ironía para decir que, en realidad, «mi inclinación natural, el impulso primero, era y es ocuparme en no hacer nada». La 'retranca playa' de Canal, que lo mismo servía para desatascar una reunión, lanzar un dardo o quitarse importancia en los reconocimientos. En realidad, Canal no dejó de trabajar ni un solo día. Cada mañana, repasaba el periódico en busca de las claves de la actualidad, apuntaba mejoras y repartía consejos como si la jubilación no fuera más que una condición administrativa impuesta por la edad que no iba con él. Solo la enfermedad lo apartó de su cita del lunes con las páginas de EL COMERCIO. Nunca habló de sus dolencias en su columna ni anticipó su despedida a sus lectores. Nunca fue con él quejarse cuando había tanto que contar. Escribió mientras pudo con el mismo respeto por el periodismo con el que entregó su primera página a la rotativa. Un ejemplo hasta la última línea.

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