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No solo el hombre vuelve a tropezar en la misma piedra: también la mujer, siempre más intuitiva y pragmática, suele hacer lo mismo. Lo estamos viendo estos días con el empeño de algunas organizaciones feministas –que evidentemente tienen mucho que reivindicar y no siempre lo ... hacen con inteligencia y sensatez– en volver a las andadas, olvidando que la pandemia sigue amenazando, e insisten en promover manifestaciones el ocho de marzo, Día de la Mujer.
Se trata, desde luego, de una celebración digna y necesaria, pero no tanto como para arriesgar en ella unos cuantos contagios del virus y, lo que sería más grave, algunas muertes. La experiencia del año pasado fue dramática y denunciada como un error grave: algunas mujeres que participaron resultaron contagiadas, y más de una que ha padecido la covid-19 lo está reconociendo en público para desaconsejar a otras que vuelvan a exponerse.
Las manifestaciones, todo el mundo lo reconoce, son focos de contaminación: no se guardan las distancias y proliferan las conversaciones y voces que lanzan el virus a la atmósfera y lo ponen al alcance de otras personas que tengan la mala suerte de encontrarse con él. Reiteradamente se ha acusado a las fiestas privadas y reuniones familiares de ser los focos de contagio más frecuentes. Las normas de precaución prohíben las reuniones familiares de cuatro o seis personas.
La ministra de Sanidad, la de Defensa y la presidenta de la Comunidad de Madrid han advertido del riesgo y anunciado que ellas no participarán. Y es lógico y prudente. Lo que no lo parece es la decisión del delegado del Gobierno en Madrid, señor Franco, quién anticipa que se autorizarán las manifestaciones –son varias las convocadas– con la condición de que no reúnan a más de 500 personas. Acaso puede generar contagios una cena familiar de media docena de personas y una concentración de medio millar, ¿no?
Por cierto, ¿quién va a contar el número de participantes? ¿Acaso estamos ante un hecho tan trascendente, tan decisivo para el futuro de todos que no pueda esperar? Una manifestación reivindicativa más no cambiará de la noche al día la desigualdad femenina. Es triste que algunas mujeres fanatizadas no comprendan el peligro y asuman el riesgo propio y ajeno. Empeños así son las causantes de la expansión de la pandemia. Admiran las personas y familias que cumplen a rajatabla las medidas de prevención. Gracias a ellas el crecimiento se está frenando. Lo malo es que quedan algunos irresponsables que no aceptan pequeños sacrificios, para preservar su propia salud y, del mismo modo, la de los demás.
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