Hace treinta años una persona en quien confiaba me aconsejó que procurase no lamentarme, y menos que me viesen derrumbado, porque eso sería un regalo para los que disfrutan con el mal ajeno. Toda esa morralla que cuando ven a alguien atrapado por la desgracia ... lo resumen en cuatro palabras: «Anda que se joda». Los hay que ni siquiera saben disimular. Personas groseras que no tenían otra forma de comunicarse mutuamente más que a través del insulto, se hacían arrumacos al ver acercarse a alguien partido por la desgracia y sorbiéndose las lágrimas. Le comentaba esta percepción al gran médico Ramón Medio; y él, que tenía en sus ficheros los desajustes de miles de ciudadanos, me respondía que era una percepción mía ocasionada por los traumas, que no había gente tan malvada. Pues sí, querido doctor -que fue vecino mío aquí en Bernueces-, usted que es un sabio, tendría que acompañarme en un grupo en el que participo, y encontraría un nuevo hallazgo de la maldad y la estupidez humana.
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Hace treinta años me desearon por estas fechas, como a tantos, unas felices fiestas y un próspero año nuevo. No sé si alguien también que me tocase la lotería. La lotería que me tocó el día del sorteo fue algo peor que la muerte, porque estoy seguro de que daría la vida por haber cambiado la historia. Agarrado a las manos de mis hijas, que habían perdido a su madre, escuchábamos la tabarra de los villancicos y llegaban por el patio los olores de las cazuelas preparando las pandorgadas. Nada tenía que ver con aquellos despilfarros el fundador del cristianismo, que según se cuenta solo acudió a dos comidas: a una boda donde andaban escasos de vino, y a una cena de despedida, porque sabía que pocos días después lo iban a matar. También sabía que en esa cena había algún traidor, como ocurre en las cenas de ahora. En Galilea estaba Judas, pero en los tiempos modernos se acercan los cuñados a tantear la salud de los viejos, soñando con la herencia. A veces acaba la cosa a palos.
Maltrechos del mundo, uníos. Estas fiestas solo sirven para conseguir la hinchazón de panza y la risa vomitada de unos cuantos, y los recuerdos y la melancolía de otros muchos. Que no te hundan; resiste los voceríos de los vacuos. Si eres creyente vete a orar y honrar al templo. O mejor no: Jesucristo no era partidario de los locales cerrados. Solo entró dos veces: una para enseñar a una panda de ignorantes, y la otra para echarlos de allí a latigazos.
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