![La trashumancia educativa](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202012/13/media/cortadas/ed-kvKE-U1201045910531vCF-1248x1100@El%20Comercio.jpg)
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Saben cuántas leyes educativas llevamos quemadas? Ocho leyes como ocho soles. LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE, and 'last but not least', ¡alehop!, la LOMLOE, alias 'ley Celaá'. Por supuesto, ninguna de ellas nació de consensos transversales ni con la finalidad ... de sostener una política de Estado a largo plazo. La educación, pilar del éxito de una sociedad, que permite que el personal no se asilvestre, remontar quiebras y derrotas, es tratada con la misma visión de futuro de Tony Leblanc en aquella peli, 'El Astronauta' (1970, la agencia espacial española se llamaba SANA). Para darse cuenta de la verdadera catástrofe, contaba Diego S. Garrocho en un artículo, solo hace falta comparar un texto de Historia de la Filosofía de COU de los años 90 (yo todavía lo conservo y me guio por él) y uno de este año. El actual parece haber sido afectado de perlesía, y donde en el antiguo teníamos que afrontar la aridez de Hegel, hoy tienen muchos 'santos', y diagramas y poco falta para que aparezca La Patrulla Canina o Frozen a fin de explicarnos aquello de Heidegger de que 'somos un ser para la muerte' (si al menos fuera el Tiñoso de 'Érase una vez el Hombre'...).
El Estado tiene la obligación de formar a sus ciudadanos, esto es, quitarles el pelo de la dehesa, vacunarlos contra el pensamiento lanar y pesebrero, y en vez de eso, lo que fomenta es el infantilismo y la falsa igualdad. ¿Quieren saber lo que decía Tocqueville sobre la igualdad? No se preocupen, ahora se lo cuento: «La igualdad produce en efecto dos tendencias: la una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede empujarlos de repente hasta la anarquía; la otra los conduce por un camino, más largo, más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre». La escuela no es un vídeo de TikTok, ni un lugar donde tiene que haber 'mínimos obligatorios', sino un sitio donde hay que echar cemento en la obra, porque, como dice Gregorio Luri, «los pobres sólo tienen la escuela para dejar de ser pobres». La escuela pública ha de ser exigente (seguro que en la escuela de niña bien de la ministra no daban aprobados universales), con vocación de permanencia, que permita descollar a quien trabaje duro, y facilite el ascenso social.
Lo antedicho es la teoría, claro. La praxis es que cada cuerda política busca imponer su ideología y sus intereses, y, para decirlo medievalmente, poner en 'sitio apretado' a profesores, aulas y equipamientos, además del principio de autoridad, esencial para que seamos ganado. La trashumancia se define como el tipo de pastoreo en continuo movimiento, adaptándose en el espacio a las zonas de productividad cambiante, y esto, en la cabeza de un mandamás, ya saben en qué se traduce. Unos ya anuncian que la ley durará lo que dure la legislatura de los otros, y en vez de contrastar fortalezas y debilidades de cada una de las anteriores y ajustar el tiro, para disponer de una herramienta estable cuyos resultados sólo se ven con las generaciones que pasan, se limitan a la propaganda y la mercadotecnia demoscópica de la peor estofa. Si alguno de ellos leyese, podría recordar el corolario de Mallarmé: «La cultura continúa siendo un elevado corcel que anda sin jinete».
Los resultados están ahí: paro juvenil sistémico, fuga de cerebros, precariedad laboral, ausencia de compromiso y pensamiento crítico, ceguera ante los desafíos globales. Poco puedes esperar si quitas las Matemáticas de las materias troncales de Bachillerato, o que lo normal sea que los alumnos queden 'ojipláticos' cuando se enteran de que en España no hubo una sola guerra civil, sino cinco (de 1464 a 1479, Alfonso XII de Castilla contra Enrique IV, Isabel, primero contra Alfonso V de Portugal y luego contra la Beltraneja; la de Sucesión en 1714, las guerras Carlistas y la susodicha). En vez de reunirse los representantes de los partidos políticos con expertos y profesores (un ágora donde cada uno tendrá que ceder en puntos y forjar unos mínimos de ley educativa), y de reforzar la Alta Inspección Educativa, lo que tenemos es la igualación por la mediocridad. Sin embargo, el golpe no se lo van a llevar los hijos de las familias acomodadas, sino los alumnos que no se puedan costear suplementos privados a una educación pública devaluada, puesta en ridículo periódicamente por los informes PISA y cuyas tasas de fracaso y abandono no tienen parangón en Occidente. Los vulnerables se quedarán, como siempre, al mando del ascensor que hará subir a los privilegiados, previo deseo de 'buenos días, donloquesea'. Esta ausencia de modelo vertebrador queda agravada por los celos legislativos de cada comunidad autónoma, las violaciones de derechos civiles y lingüísticos de alumnos y profesores, la instrumentalización con fines trashumantes y por el incumplimiento de las sentencias de los tribunales día sí y día también.
Si me dejan tirar de Jefferson, que siempre da caché: «If a nation expects to be ignorant and free, in a state of civilization, it expects what never was and never will be». Y menos si abres otro frente con la inmersión lingüística, que antepone el cálculo político al interés de los jóvenes. Descoser el español como lengua vehicular abre la puerta para convertir el idioma oficial en lengua extranjera, y entonces adiós muy buenas. Sólo aquí y en Groenlandia existe eso denominado 'inmersión lingüística', porque vulnera el derecho de los padres a escolarizar a sus hijos en la lengua que prefieran. En Groenlandia han convertido el danés en la primera lengua extranjera, y van camino de convertirla en segunda, tras el inglés. Ya sólo se habla groenlandés, paso previo a la independencia de Dinamarca. Guerra avisada no mata soldado. Y si en vez de ver manar la inagotable fuente Castalia, quieren ser egoístas y reduccionistas, no hay problema: invertir en educación es invertir en lo que las nuevas generaciones pueden devolver a la sociedad, en ingresos, en riqueza, en rentas privadas, en impuestos, en cotizaciones sociales. Miren lo que nos íbamos a ahorrar. Lo que no quita para memorizar también la lista de los reyes godos.
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