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Es hasta posible que los discutibles frutos de la ley del 'solo sí' que están brotando contribuyan a reconsiderar la Ley Trans, también auspiciada por la ministra Montero. (La lista, no la andaluza). Una ley de la que no se habla mucho en la calle, ... pero que contiene un factor que agrava particularmente sus previsibles consecuencias: su repercusión en menores de edad.
La ley parte de un problema real, de momento socialmente ínfimo, pero individualmente delicadísimo. Tratando de darle respuesta, la ley minimiza el sexo y magnifica el 'género', haciendo del sexo 'civil' algo a elegir, 'autodeterminación de género' lo llaman.
Pero ¿qué pasa cuando el sujeto del asunto no ha alcanzado ni la primera madurez, cuando siente desconcierto o insatisfacción ante el propio cuerpo que rara vez se asemeja a los cánones establecidos por las modas?
Y ¿qué pasa si, además, a esta inseguridad ante la realidad física se suman los riesgos de la natural inseguridad psíquica o emocional de quien está empezando en todo y aún no se ha asentado en nada, ni tiene claro cómo gestionar la relación consigo mismo, con su entorno y con el mundo en general?
Y ¿qué pasa si en este estado flotante de corcho en marejadilla se encuentra con un entramado legal y mediático -ahí están las redes sociales, por si éramos pocos- que le sugiere que tal vez la causa de sus problemas, inseguridades y sufrimientos es simplemente que está viviendo en un error de género y que tal disfunción es corregible -hormonas, cirugía- y que todo su entorno próximo, los padres, la familia, el sistema educativo, el sistema sanitario, deben aprestarse sin reservas a facilitar, allanar y apoyar el presunto proceso transformador sin más cuestionamiento, so pena de incurrir en 'odio' hacia el interesado con el consiguiente castigo previsto en la ley?
Quizá el error nuclear de la ley Trans sea que tratando de dar respuesta a un problema -presumamos buena intención, que ya sabemos que los tontos pueden dañar más que los malos-, el entusiasmo con que la ley oferta sus contenidos puede correr el riesgo de convertir el remedio en incitación, lo cual no pasaría de ser un disparate más si no incluyera entre sus destinatarios a menores de edad -infancia y adolescencia-, lo que la puede convertir en un instrumento potencialmente criminal, como se constata a partir de la experiencia que arrojan países adelantados en el calendario, en los que crece el número de 'transarrepentidos' cuando el proceso transformador puede ser ya irreversible.
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