La torga es el palo que los aldeanos ponen al cuello de los animales para impedir que hagan de las suyas y se cuelen donde no deben. 'Torga la gocha, Antona, tórgala que nun foce la mió corrada', pues el apetito de la supervivencia empuja ... a los gochos, sobre todo a los salvajes como el jabalí, a internarse por lugares accesibles, pero prohibidos. El jabalí destroza la labor del campesinado, hoza los prados, machaca los maíces y campa a sus anchas por un mundo repleto de sabrosos bocados que los humanos desechan en la mesa por superfluos, y acumulan en basureros-restaurante. El bicho goza de una extraña inmunidad pues no se le suele dar caza. Si siguen así, algún día alcanzarán la capacidad de razonar con lógica y, por hacerse con un espacio vital, tras competir con los perros, que esa es otra, competirán también con la especie humana.

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Hoy las piaras, agrupadas en bandas similares a las de robapisos venidos del Este, transitan por carreteras y caminos a su aire, acaudilladas por jefes machos o hembras con galones, sin respetar la propiedad ajena, las señales de tráfico o unas normas de convivencia que desconocen. Vagabundean en libertad como si llevaran en el bolsillo un salvoconducto otorgado por algún político sin criterio, que desde el despacho protege a estas bestias omnívoras que dañan y arruinan a los inermes e indefensos trabajadores del campo. Gozan de un 'Nolimetangere' similar al que amparaba al conflictivo oso que en Besullo mató a dentelladas a un caballo hispano-bretón', por cuya muerte la consejería indemnizará a su dueño con 700 euros, cuando el valor real de cuadrúpedo era de casi 3.000.

Este ridículo toque reverencial que el hombre tiene hacia algunos animales que saquean la honrada labor de agricultores y ganaderos, también protege al fiero lobo. No a las ovejas del pastor, no. Al lobo de don Nadie. Tal efecto protector alcanza también a las sucias y pútridas palomas, y observen sus patas gangrenadas y tumoradas mientras merodean por las terrazas de los bares para infectar a los clientes con las micro porquerías que el aire transporta desde oriente y occidente, incluido el covid y las más variadas gripes. Y qué decir de las voraces gaviotas, alguna ya bautizada con nombre propio, que roban croissants, pizzas y algún cachopo. ¿Es que somos un poco tontos y nos hacemos daño adrede? ¿O somos como aquel ecologista que rociaba con spray el abrigo de visón de una feligresa, mientras él portaba cinturón, sandalias y mochila de cuero de vaca, y una caradura de jabalí?

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