![Cómo ser torero y opinar sobre semiótica](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202205/16/media/cortadas/Imagen%20Del%20Valle-k7wG-U170104444925ZtB-1248x1400@El%20Comercio.jpg)
![Cómo ser torero y opinar sobre semiótica](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202205/16/media/cortadas/Imagen%20Del%20Valle-k7wG-U170104444925ZtB-1248x1400@El%20Comercio.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Quizás algún lector, por alguno de mis artículos, crea que soy un individuo desatado, la mayor parte del tiempo encalabrinado, pero les aseguro que soy un tipo con mucho pudor. Hay cosas que me sonrojan, que me dan mucho apuro. Por ejemplo, los tertulianos. A ... mí siempre me da cosa opinar sobre lo que no sé, procuro centrarme en lo que controlo. De hecho, cuando me llaman para hablar de algún tema peregrino (en el que tenga algún sentido mi presencia, claro), o digo que no o procuro documentarme hasta las cejas. No me gusta pelear por encima de mi peso. Y se pierde mucho tiempo, o se gana, según se mire. Por eso, cuando veo la tele y veo las tertulias, flipo. Mucho. Y me digo que cuánto genio hay suelto, o cuánto caradura, no sé. Realmente hay personal cuya conciencia está blindada, eso si la tiene. Y sí, vale, en los 'Peaky Blinders' decían que todos somos putas, solo que cada uno vende una parte diferente de su cuerpo, pero pienso que, al menos, ya que te pagan, que esa parte haga su trabajo de manera honesta.
De repente, en una mesa sacan seis o siete temas que poco tienen que ver entre sí, y hete aquí que algunos tienen la capacidad omnímoda de meterse en todos los berenjenales. Y eso con una contundencia indiscutible. A veces tiene incluso gracia, pero la mayoría de las ocasiones resulta grotesco. Yo siempre entendí las mesas al modo de 'La clave', donde se trataba un tema y se llamaba a diversos especialistas para abordarlo desde diversos ángulos. Eran 'intelectualotes' que estaban siempre envueltos en las nubes de humo de sus pipas y cigarrillos y casi te retaban a duelo por una coma mal puesta, pero al menos sabías que sabían algo. Tenían prestigio, una carrera indiscutible, poseían argumentos. A veces eran provocadores y si no daban respuestas inequívocas, al menos nos revelaban nuestras contradicciones o sacudían las conciencias. En todo caso, elevaban el nivel del debate público, ponían sobre la mesa cuestiones relevantes. Lo que quiero decir es que para hablar de semiótica no es lo mismo Umberto Eco que un torero. Cierto es que, de vez en cuando, se salen del tiesto, como Foucault apoyando a Jomeini, o Zizek, cuando se le va la pinza, eso por poner un par de ejemplos, pero por lo general se mantienen dentro de la lámpara. En la actualidad, parece que Thomas Wolfe tenía razón cuando dijo que «hasta donde yo sé, ningún hombre necesita preparación alguna para ser experto». Y hay muchos tipos de 'expertos'.
Veamos. Están los que aparecen por el estudio con la escaleta hecha de casa, y da igual lo que se trate porque van a barrer para la izquierda o la derecha, con unas pseudopiniones que aderezarán con chascarrillos y chorradas varias. Están los que optan por la exageración, la sobre reacción: son las divas, los 'drama queen'. Luego contamos con los que defienden ciertos intereses económicos, y buscan no definir lo que es la verdad, sino delimitar lo que a ellos les interesa que sea verdad, encontrando siempre los sesgos que lo confirman. También se distingue a los pedantes que sueltan disquisiciones que no acabas de comprender, pero que parecen tener sentido. Fenómenos especiales son casos como el del político Revilla, que hay que estudiar en probetas aparte, porque mezcla todas las salsas del populismo, esa particular condición de 'ser auténtico', y aunque esté imbricado en el sistema da la sensación de ser un 'outsider', igual que las anchoas que tanto promociona. Algo prodigioso. Pueden ustedes darle una vuelta y seguro que encuentran más especímenes. El resultado es una cacofonía de opiniones sin sustancia, envueltas en pasión o una sentimentalidad en plan 'Tierra amarga'.
La productora televisiva Gina Rubinstein daba una serie de consejos para ser tertuliano: buscar la incorrección política, parecer que solo tú eres genuino. Ser capaz de transmitir muchas opiniones y emociones en el corto periodo de tiempo que te toca. Hablar de la actualidad con experiencias personales, para darle un rostro humano y conectar con más gente. Imponerse en la conversación, manejar frases cortas, contundentes. Buscar la carga emotiva, no irse por las ramas. Prepararse pequeños discursos para ir intercalando como si fueran balas de plata. En virtud de todo esto, y si usted se lo curra, podrá optar a la membresía de tertuliano. Ser parte de ciertos clubes de covachuelistas significa hacerse con un capitalito, masajes para el ego y, al estar en el ajo, tener la visibilidad suficiente para optar a otros trabajos. Pero hete aquí que todo esto tiene consecuencias. Les cuento.
Los pseudodebates, las conversaciones alienantes, hacen que el personal se harte de no tener dónde rascar. Son como un chicle que ha perdido el sabor. Se comienza a perder el respeto, la auctoritas. Se vitupera a los intelectuales de verdad. Se produce el peligroso fenómeno de que todo sea opinable (sacar al torero Francisco Rivera en un programa estival para expresar sus puntos de vista sobre lo divino y lo humano no ayuda mucho). El debate público se va encanallando hasta que solo se escucha todo aquello que encaja con tus opiniones o tus sentimientos. Las conversaciones se polarizan, la información se tribaliza. La cognición y la deliberación se desvirtúa, crecen las 'cámaras de eco'. Todo esto da como resultado que se tenga más en cuenta las afirmaciones de una adolescente que debería de estar en clase, como Greta Thunberg, que las de un profesor universitario experto en cambio climático. Desidia. Cachondeo. Aburrimiento. Ineptitud. Repetición. Frases hechas. Fórmulas preconcebidas. Cierta putrefacción.
Cuántas veces hemos escuchado que ya no hay intelectuales de referencia, gente a la que podamos respetar, que nos dé cierta orientación. Cómo puede ser que el epítome del intelectual contemporáneo sea un Houllebecq hasta las trancas de vino blanco y grifa. En fin, lejos queda ya esa época en que gente como Einstein, cuando alguien le dijo que se levantaba a las cinco de la mañana y anotaba ideas, respondió que él no «porque, ideas, sabe usted, solo he tenido una o dos como máximo en mi vida».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.