Antes se hablaba de lo feliz que podía sentirse un tonto con una tiza escribiendo en las paredes, como hacen algunos animales marcando con la orina su territorio. También en las esculturas, como la levantada en el parque gijonés de Isabel la Católica al doctor ... Fleming, que de tanto en tanto hay quejas en este periódico de que ha sido emborronada. Ahora los tontos se han pasado al espray. No menos delito tiene que, en algún caso, se una el salvajismo imperante con la ignorancia o incuria de mandatarios, despreciando el bien común. Como diría Antonio Machado, al que volveré a nombrar: «Desprecian cuanto ignoran». Tenemos el caso del monumento levantado en el mismo parque al ingeniero Manuel Orueta, que perdió la vida por salvar a dos personas que se estaban ahogando. Los gamberros, los mismos u otros, también actúan con sus deposiciones mentales sobre la placa dedicada al valiente ciudadano en la plaza que lleva su nombre en el Llano de Arriba.
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Un dolor añadido es que el monumento a Orueta, en estado de abandono como tantos otros, sea de un escultor de renombre, que murió combatiendo por la República en el frente de Madrid, y que el epitafio de su tumba haya sido escrito por Machado. Años antes de su muerte, en el invierno de 1936, había levantado el monumento funerario en la tumba de Pablo Iglesias en el cementerio civil. Se trata del segoviano Emiliano Barral, que vivió el compromiso de la lucha obrera desde su primera juventud. Y como artista fue alabado por muchas personalidades de la época. Lástima de la insolvencia o la desidia para valorar y cuidar del recuerdo de los que hacen algo por los demás, poniendo su arte o salvando vidas.
A la caterva destructiva e ignorante se la cura también con los antibióticos que puso en marcha Fleming; y si se están ahogando no faltará quien les apurra un salvavidas o salte a ayudarlos, como hizo Orueta. Son más los buenos que los malos. Pero los primeros consienten, y el mundo los va destruyendo por instalarse en la prudencia. Los segundos, además de tizas, tienen pantallas, para emborronarnos las cabezas con necedades y mentiras. Tenemos que pagar sus destrozos, lo mismo cuando agreden un monumento, destrozan un paseo o no saben medir la anchura de un túnel ferroviario. Los que andan con el espray se rigen por la ley de la selva, haciendo lo que les viene en gana, y los que deberían apacentarlos, por las buenas o por las malas, aspiran y a menudo lo consiguen, ocupando puestos por el principio de Peter: ascender hasta donde se es un inepto.
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