Sorprende ver en una glorieta urbana un indicador de 'toles direcciones' sobre fondo azul. El perpetrante no debe de estar muy seguro de que su mensaje cale, pues dentro de él precisa que 'toles direcciones' son tres: dos autovías y una nacional. Un poco antes, ... otra señal indica lo mismo, aunque allí sobre un modesto fondo blanco sin más comentarios.
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El extraño mensaje aviva la curiosidad del transeúnte, que decide investigar el significado del sintagma. Halla la respuesta al primer término en la ALLA (Academia de la Llingua Asturiana), cuya Gramática (2001: 99) precisa que «l'indefiníu toes tamién fai contraición coles formes d'artículu. Toles: toes+ les». Aclarado. Pero la extrañeza se mantiene ante el segundo término, 'direcciones', escrito en español, pues en asturiano el diccionario de la Alla prescribe 'direiciones'. Así que el viajero debe concluir que estamos ante un cartel bilingüe, híbrido. Lo que no es habitual en la señalética, pero da una muestra de la singularidad asturiana.
Que en materia de señales viales no lo pone fácil, pues más que informar prefiere sorprender. Y a fe que lo consigue. Por ejemplo, con la señal 'H.uentesante', que para quien busque Fuensanta poco le ayudará. A pesar de que la ALLA en su toponimia de 2000 utiliza como preferente Fuensanta, lugar y marca reconocida en el exterior. Pero incluso para los de largo linaje interior cuesta encontrar otras, como 'Vil.laño', y no digamos nada de 'Cul.luladuel.la'. No es natural. Ambos están en Turón, que para el Nomenclator no existe como núcleo de población. Así que si alguien telefonea a la compañía eléctrica la comedia puede eternizarse en el primer acto. -¿Desde dónde llama? - pregunta la telefonista-. -de Villandio -responde la clienta-. -No existe -dice la azacanada telefonista. -¡Cómo que no existe! -¡Pues no lo veo! Con calma, ojo certero y mucha suerte la telefonista al fin seleccionará en su lista Vil.laño, de sonido irreconocible para ella y para la vecina. Cuyos apellidos repetidos revelan la tradicional endogamia del valle que, mantenida secularmente, sin embargo no le sirve para acertar con 'el nombre verdadero'.
Esto nos lleva a la pregunta. ¿El nombre verdadero, para quien…? Pues claro que los nombres cambian cuando se transforman los artefactos que designan. Hay que tener en cuenta que la toponimia sirve como GPS. Cuando un pastor o vaquero le dice a otro dónde ha visto sus oveyas desaparecidas o una magüeta esprecetá, lo hace con precisión de radar decimétrico, a base de nombres que permiten localizarlas con rapidez. Eso hay que respetarlo, escuchar a la gente y, si hace falta, depurarlo técnicamente, pero no solo con las reglas de una gramática de especialistas, ni con las técnicas de un publicista ideológico, sino con método y conocimiento geográfico, pues las palabras ante todo sirven para que la gente se entienda. Ellas sencillamente informan de una localización y de sus características, pues Cuchu Puercu no es un estercolero sino un collado.
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Llama la atención de la singularidad asturiana que al final, tales elucubraciones no preocupen a la gente, que continúa refiriéndose a su lugar con la forma tradicional, la ahormada por la costumbre de la comunidad. Sin embargo la nueva terminología despista a los de fuera y complica la vida a los de dentro.
Es curioso que se gaste tanta energía en descubrir 'lo correcto', pero que no se revise lo necesario, como es ajustar el Nomenclátor a la realidad actual,pues ello es útil para la confección de padrones para la Administración, facilita los servicios de las empresas, orienta a los viajeros y es la base de la ordenación del territorio.
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Lo que ahora hay en el Nomenclator está muy lejos de reflejar el asentamiento real de la población. Una idea del desbarajuste, y no es el caso peor, es el de Mieres, que en 2019, según él, contaba con 518 entidades de población, de las cuales 135 no tenían habitantes. O que cuando decimos Turón, refiriéndonos a un continuo urbano centrado en La Veguina y barrios conexos del fondo del valle del río que le da nombre, el Nomenclator entienda 91 entidades independientes, muchas deshabitadas. Para él, Turón no existe. Ni tampoco Santa Cruz. Y en Figaredo no hay quien se aclare, pues aparece como un núcleo de 417 habitantes, en competición con el de la acera de enfrente, al que asignan 487 y nombran de otro modo.
No se sabe qué pretende la toponimia oficial cuando exhuma un pasado, que en términos geográficos ya no existe, con nombres que la gente no reconoce, ni sabe pronunciar.
El galimatías da qué pensar. Es una sorprendente forma de traducir la singularidad asturiana a la posmodernidad.
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