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Envidio de corazón a todos aquellos que han llegado a un punto de lucidez tal, que nada les escandaliza ni les sorprende, siguiendo el ejemplo ... de quién se resiste a sufrir por aquello que no puede cambiar. Como sociedad, nos podemos sentir como aquel personaje del poeta británico John Dryden: «Estoy un poco lastimado, pero no estoy muerto. Me recostaré para sangrar un rato. Luego me levantaré a pelear de nuevo». Esta abnegación general, contrasta con el espectáculo de nuestros mandos, que oscilan entre el triunfalismo obsceno y un acecho miserable en busca de carroña, más propio de aves de rapiña que sobrevuelan un campo de batalla, que de unos servidores del bien común. Anegados por el maremoto del virus, nos hemos visto obligados a cabalgar la ola, inflando a toda prisa un flotador de pato, mientras vemos hundirse a otros sin poder hacer nada. La muerte nunca estuvo tan presente.
A la corta distancia de un leve roce, nos espera la parca disfrazada de catarro. El olor a fritanga de la vecina, que antes nos incordiaba, hoy nos alegra, porque al parecer el bicho deja sordo al olfato. Pocos compran lotería, y nadie se quejará cuando lo único que le vuelva a tocar sea la salud de todos los años. Quien más quien menos, todos nos hemos sentido en algún momento como aquello que periódicamente devolvemos a la naturaleza por vía anal. Nunca nos hizo más falta una piedra filosofal que mudara el plomo en oro, ahora que tenemos que rebañar con pan el fondo de la sartén. Una vez agotados los recursos de consuelo de la tradición greco-latina, buscamos abrigo en la filosofía oriental, nórdica o sudamericana. Abandonada la fe colectiva de antaño, somos seres tan identificados con su cuerpo que cuando este ya no sirve solo queda el vacío.
Como marco perfecto a la pestilencia medieval, este lunes los astrónomos de todo el mundo nos avisan de una alineación inédita entre Júpiter y Saturno que no sucede desde el S.XVII, cuando Calderón asistía a sus propios estrenos y Velázquez atrapaba el espacio en una tela. Hoy en el cosmos, el planeta más rápido alcanzará al más lento y los astrólogos pronostican un cambio de paradigma con la entrada de aquella era de Acuario, anunciada desde Central Park en la epopeya hippie 'Hair'. Las vacunas están comenzando a llegar y los brazos de nuestros mayores serán los primeros en experimentar un remedio que ha sido conseguido tan rápidamente, que hace sospechar a los peor pensados que nació al mismo tiempo que el virus o que es un salto al vacío de consecuencias imprevisibles. Pase lo que pase, en Gijón de nuevo nos tocó carbón.
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