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A buen seguro que, quien lea estas líneas, que parecen referirse al pasado, desconoce quién fue don Tirso Gómez Piñero. Reverendo, porque ya anticipo que era clérigo. Pero no solo quiero aportar en este artículo una información pretérita, sino hacer una reivindicación para que, cuanto ... antes, se honre de alguna manera a uno de los hijos más ilustres y desconocidos del concejo de Tineo y de todo el Principado.
El Ayuntamiento tinetense dispone en su web corporativa, lo que es elogiable, de una relación de hijos notorios del municipio donde están, obviamente, desde el primer Conde de Campomanes o el General Rafael del Riego a mi venerado don José Maldonado, pasando por Santiago Fernández Negrete -de quien tuve ocasión de hablar hace diez años, a propósito de una conmemoración hipotecaria- o por 'Eugenia Astur' o Juan Fernández Capalleja, entre otros. Por no citar personalidades contemporáneas a las que tengo la fortuna de conocer, como Manuel García Linares, Xuan Bello, Manuel Fernández de la Cera o Miguel Rojo. Todas estos nombres y sus obras y huellas son bien conocidos y no solo en Asturias.
Pero ¿quién era Tirso Gómez Piñero? Si les digo que un estudioso que, a comienzos del XVIII, fue catedrático de la universidad más antigua de Europa (creada en 1088) y que fue rector del Colegio Mayor decano en todo el mundo (pues data de 1364), ¿a alguien le parece una nimiedad? ¿Cuántos asturianos pueden decir lo mismo a lo largo de 657 años? Pueden figurarse la respuesta.
Cuento, brevemente, la historia por la que di, hace cuatro décadas, con este personaje. Mi padre estaba redactando su discurso de ingreso en el Instituto de Estudios Asturianos, con el título de 'Oviedo, 1705' -año del primer Padrón de vecinos- y yo me encontraba becado en el Real Colegio de España de Bolonia, tras pasar, en horas veinticuatro, de la litera de la mili a una celda gótica. Por carta, mi padre me comentó que un tal Francisco González Piñero, sin duda pariente de don Tirso, el 12 de enero de ese 1705 traslada al Cabildo ovetense que este último «vivirá siempre agradecido a los favores que [del mismo] ha recibido». Y ello tras haber sido nombrado catedrático de la Universidad de Bolonia. ¿Podría yo engrosar dicha información? No soy archivero, aunque me fascina ese mundo, y me puse a ello.
Era evidente que don Tirso Gómez Piñero procedía del Colegio español, bajo la advocación de San Clemente y algún dato ya lo había obtenido mi padre. Ello porque, desde el siglo XV, la Universidad de Bolonia reservaba cuatro cátedras a los colegiales españoles. Justamente, en 1465, entró el gran gramático Nebrija como colegial en la institución creada por el Cardenal Albornoz.
El Rector del Colegio, profesor García-Valdecasas, recientemente fallecido, me permitió consultar un archivo que impresiona y con el que no pudieron los embates napoleónicos que quisieron acabar con aquel trozo de la mejor España en Italia. Impacta lo que allí se guarda, de tantos siglos; el mobiliario y el saber que, pared con pared, vivió unos cuarenta días, antes de su coronación, el 24 de febrero de 1530 en San Petronio, el mismísimo emperador Carlos V.
Bien; pues pude saber que don Tirso había nacido en Arganza (Tineo), previsiblemente hacia 1670, aunque su abuela materna era de la parroquia allandesa de San Juan de Araniego (hoy, de Parajas). Estudió once años en el Gimnasio ovetense Filosofía y Teología; fue párroco de San Vicente de Castañedo (Grao) hasta que, el 23 de diciembre de 1702, el famoso obispo Reluz -el de la Capilla del Rey Casto-, con el Deán y Cabildo, lo propusieron como colegial del centro boloñés, del que entonces era rector don José Potau Olzina. Estudió Teología Y Derecho Canónico entre 1703 y 1704 en la Universidad de Bolonia y, al final de ese curso, se le otorga la cátedra por la que ruega dar las gracias a sus valedores ovetenses. Y no se quedó ahí la cosa: entre mayo y diciembre de 1710 y durante todo el año 1713, fue Rector del Real Colegio de España. Una anotación, entre los legajos de su expediente, añade, sin precisar año, que falleció en Oviedo. Creo que merece la pena reivindicar su figura y animar a jóvenes investigadores a completar tan meritoria biografía.
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