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Cuando felicité a un amigo del concejo de Tineo por haberle nacido su primer nieto, él me respondió contento pero con una premonición: «Si, ahora ya tengo a quién dejar el monte». De momento mi buen amigo conserva los antiguos prados y las tierras, reconvertidas, ... desde que los cortinales dejaron de cumplir con las alternancias del trigo, el centeno, las patatas y el maíz. Hoy quedan los espacios verdes para la ceba del ganado. Y un huerto. El huerto será ya el último reducto: cuando el aldeano deje de plantar el huerto se entornarán las puertas, y el occidente asturiano se convertirá en ese anunciado matorral. En los colmenares del centro de la región la cosa seguirá yendo bien, si llegan noticias de que las osas paren gemelos y los lobos disfrutan de buena salud, despellejando al último ganado. Ese lejano oeste, debe de resultarles a algunos culitos sentados del centro colmenero un embrollo por resolver. Esas gentes hablan todavía la lengua vaqueira del infinitivo latino, diciendo que van a tenere que mandarlos a tomar por saco, y a medida que el peregrino se va acercando a las tierras de Santiago la lengua se torna galaica y las antenas apuntan a Finisterre. A principios de los años 80 los galleguistas llegaron hasta las orillas del Navia, para reclamar la Galicia irredenta. ¿Y por qué no más al Este? Por lo menos hasta El Palo, donde en mi concejo ya los llamamos gallegos. Lo decía Pepe el Ferreiro, de Grandas, al terminar sus escritos: Haxa salú.

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