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En la política asturiana estamos por la división. Sin duda, nunca por las soluciones fáciles y sencillas, si no por el enredo constante y las polémicas estériles. Vamos, que le sacamos punta a todo. Hace poco, nuestras señorías se pasaron semanas en el Parlamento discutiendo ... sobre el uso del asturiano. Es decir, si el diputado A, por ejemplo, habla de un argayo y el B no entiende la palabra (o no quiere entenderla), qué debería de hacerse en ese caso. Traducción simultánea, retardada, discurso paralelo … Más o menos, lo mismo se repitió en el acto institucional a cuenta de la celebración del 25 de mayo. Fecha histórica para Asturias ignorada y desconocida por muchos, incluso me temo que por alguno que ostenta un escaño. Desde luego, el acto en sí no tuvo nada que reprochar. Adrián Barbón cumplió (y acertó) al darle un sentimiento de asturianía por encima de todo. Esto es, recordar la proclamación soberana de la Junta ante la invasión francesa y el nacimiento de nuestra bandera. Algo, repito, que había sido olvidado como pueblo, quizá, puesto que nuestros gobernantes tampoco hicieron nada por mantenerlo vivo. Como digo, un acierto de Barbón que se comprometió a continuar en los próximos años.

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