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Ni cien mil muertos en la pandemia ni la ilusión del comienzo de la primavera logran calmar los ánimos –y las formas– de la política española. Es evidente que la generación de líderes que nos ha tocado en estas circunstancias es presa de su inquietud, ... de su limitada capacidad y de su impaciencia.
Unos días atrás confiábamos en que el ambiente se calmase tras las elecciones de Madrid. Había algunos destellos que anticipaban que lo peor estaba pasando. Las vacunas, administradas masivamente, anunciaban la ansiada retirada del virus maligno y se empezaba a soñar con vacaciones sin mascarilla en la playa.
Pero los sueños ya sabemos que tardan en convertirse en realidad o no se cumplen. Las elecciones madrileñas tendrían que haber sido un mero trámite para que Isabel Díaz Ayuso redondease su parcela de poder autonómico. Barrió. Los demás, concurrieron con desgana y les fue mal.
Aunque la movilización del voto sin precedente contribuyó a que todos los contendientes mejorasen sus datos, el PSOE, el opositor más cualificado que luchaba a la defensiva para fortalecer su propio Gobierno central, sufrió una derrota sin precedente: una verdadera catástrofe. Perdió votos, perdió escaños y perdió el liderazgo de la oposición en la Asamblea, superado por Mas Madrid, la gran revelación
Además del amargor de la derrota, el desánimo ha cundido entre los socialistas, el presidente del partido en la capital, José Manuel Franco, ha tenido que dimitir y la inquietud tanto en la Ejecutiva nacional como en el propio Gobierno es muy visible. Ángel Gabilondo, que arriesgó su nivel intelectual, acabó hospitalizado y conminado a renunciar al acta.
Mientras tanto, Ciudadanos, el partido que había despertado tantas esperanzas y prestado buenos servicios como bisagra, continuó pagando sus errores pasados y se quedó sin representación en la Asamblea. Un paso más en su irrelevancia y futura desaparición devorado por sus contrincantes. Pablo Iglesias, que no está dispuesto a asumir un asiento en un parlamento autonómico, tiró la toalla.
Abandona la política y deja huérfano a su partido, cada día más opacado y desprestigiado.
Mientras tanto, una vez más se confirma que los efectos de un hecho en política suelen encadenarse. En el PSOE de Andalucía, la agrupación más potente del partido, se anticipan las primarias de las que saldrá el candidato a las generales, de momento aún lejanas. La batalla interna en el partido está garantizada entre la actual secretaria general, Susana Díaz, y el alcalde de Sevilla, Juan Espada.
Para completar panorama hay que recordar que los independentistas catalanes, hartos de proclamar su unidad, todavía no han conseguido ponerse de acuerdo en la formación del Govern. El peligro de tener que recurrir a nuevas elecciones sigue cobrando fuerza en medio de la incertidumbre.
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