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Son ustedes nostálgicos? ¿Escuchan solo la música de los noventa? ¿Añoran aquellos lluviosos veranos asturianos en que parecíamos obligados a construir un segundo Arca? ¿Lo que les va es 'Friends'? ¿Compran ejemplares de 'Yo fui a EGB'? Entonces, amigos, este es su espacio por unos ... minutos. Primero aclaremos que el término 'nostalgia', aunque es una emoción sin fecha (ya en la Odisea se habla de algo similar, nostos, regresar a casa), fue acuñado por primera vez en el siglo XVII por Johannes Hofer para definir un anhelo patológicamente intenso por la tierra natal. En su momento se refería a los soldados mercenarios suizos que pasaban largas temporadas alejados del terruño, pero, actualmente, lo podemos extender a un gran abanico de emociones. Nostalgia por los 50, por aquella novia tan guapa, por el mundo confederado de los campos de algodón, por los días previos al 11-S (recuerdo una declaración de K. D. Lang: «El 11-S me dejó tan descolocada que, de repente, no sabía si debía ofrecer consuelo, análisis o escapismo»), por aquella camarilla de juventud tan 'kronen', etc...
No tienes que comerte una magdalena proustiana, basta una foto, una canción, un aroma: el pasado se planta ante ti, como un holograma, aunque, eso sí, ten por seguro que deformado por la memoria. Hay gente que tiene tendencia a la nostalgia, pero esta se suele acentuar en épocas tumultuosas, o en los acelerones de la Historia y, como casi todo, la nostalgia posee el doble rostro de Jano. Ya ven el estropicio que ha causado la nostalgia imperial de los ingleses, o los nacionalismos nostálgicos de Bolsonaro, Trump, Urban, Putin, y demás carcundia (paradójicamente, cierto tipo de nostalgia conecta directamente con la utopía, con un pasado arcádico que, evidentemente, no sucedió como recordamos). Sin embargo, también hay otra variedad de nostalgia más reflexiva, incluso más irónica, que paladea el pasado, pero toma también su distancia, y que puede ayudar a construir el futuro. Ni el pasado fue tan estable como nos lo pintan, ni el futuro puede ser tan apocalíptico como nos lo auguran.
En este campo de juego, tenemos un montón de jugadores. La publicidad vio hace mucho el filón, y fomenta la nostalgia desde las marcas para vaciar nuestros bolsillos. Las técnicas conductuales convierten en oro nuestros anhelos, y crean cosas como 'Stranger things' o 'Mad men', secuela tras secuela de 'Star Wars' y 'Los Cazafantasmas', revisiones de 'Rebelde sin causa', y por los lares nacionales, tenemos 'Cuéntame cómo pasó', la muerte en bucle de Chanquete, 'Curro Jiménez' acechando eternamente a los gabachos... Los políticos apelan a la nostalgia cuando recuerdan 'guerras buenas', en las que el mal estaba bien definido, y utilizan ese patriotismo para enviar a sus soldados a la boca del lobo. Siguiendo con la política, esta posee muchas herramientas para poner en la lanzadera al personal: como botón de muestra, el famoso 'Destino manifiesto' de los gringos, que es cosa ya muy inventada, pues antes la usaron a su manera los británicos ('Por Dios y por el Imperio'), los alemanes ('Dios con nosotros'), los españoles ('Plus Ultra'), los romanos ('SPQR')... En ese campo, los monumentos tienen mucho que decir, pues son fuentes perpetuas de acontecimiento, y mientras unos optan por derribarlos, alegando que algunos son homenajes a hechos ominosos, otros defienden que hay que conservarlos porque la historia es la que es, por muy cruenta que sea.
Grafton Tanner disecciona la nostalgia en su ensayo 'Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia' (Alpha Decay), que si bien dibuja un capitalismo 'malísimo' (con la cantidad de cosas buenas que nos ha traído...), no deja de traernos datos interesantes y reflexiones enjundiosas. Por ejemplo, dedica unas páginas muy interesantes a Disney, a la que denomina «la máquina nostálgica por excelencia». Tan es así que el gigante empresarial ha forzado la congelación de leyes que regulan los derechos de autor, a fin de poder continuar reescribiendo su 'retromanía' con sus personajes icónicos. O sea, que tenemos Mickey Mouse 'for ever'. La nostalgia afecta ineludiblemente a la música, por supuesto, y algunos artistas quieren un sonido más sucio, más antiguo, llegando a incluir los crujidos de los discos de vinilo, para así vender más. Es el mismo efecto que impulsa el mercado de vídeos VHS en internet, o que se busca en el revival de videojuegos clásicos, o de todo aquello que se vio inmerso en los diversos ciclos de auge y caída culturales.
En toda esta ensalada, los bots, o sea, los programas informáticos que ejecutan tareas reiterativas (en estrecha colaboración con los algoritmos) hacen su trabajo: nadie conoce el número exacto de bots estajanovistas que moldean la red, y su objetivo no es, desde luego, sorprendernos, sino ratificarnos en nuestros sesgos. Podría decirse que se proyecta un futuro que es como el pasado, aunque nuestro ensayista lo enfoque hacia la superación del capitalismo, cosa que a mí siempre me suena a unas vías que terminan en pesadillas utópicas, en el colectivismo. En fin, tampoco nos vamos a meter en jardines escolásticos, porque el ensayo nos ofrece pequeños manjares: disecciona el 'marketing' nostálgico, analiza los 'retrobait' de las plataformas digitales, nos descubre términos como 'solastalgia', un neologismo que describe una forma de angustia causada por el deterioro medioambiental...
La nostalgia. Quién puede mantenerse 'a dessu de la melée'. Ahora bien, la nostalgia puede ser asténica o ser motor, todo estriba en el enfoque. El pasado está lleno de lecciones que nos pueden ayudar a trabajar en el presente para preparar el futuro. Y, en todo caso, yo estoy muy de acuerdo con aquella frase de Truman Capote a un amigo que se quería suicidar demasiado a menudo: «Vive o muere, pero no lo envenenes todo».
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