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El puritanismo moderno ha sabido adoptar muchos disfraces, incluido el del progresismo. Por motivos morales o ideológicos -en el caso de que ambos no sean casi lo mismo-, tendemos a darnos el gusto de censurar sin matices, en parte por la falta de conocimiento de ... esos matices, de modo que solemos disparar a bulto. En medio del revuelo mediático formado en torno a Djokovic gracias al propio Djokovic, la directora de un periódico digital se indignó con un tertuliano televisivo que elogió los méritos tenísticos del jugador serbio: «¡No se puede ensalzar a ese individuo!», exclamó, de lo que cabría deducir que la militancia de Djokovic en el pintoresco y variopinto bando de los antivacunas convierte al actual número 1 del mundo en un deportista que sólo merece la condena y el ninguneo por parte de la sociedad civilizada y vacunada.
Creo, no sé, que debería inquietarnos el hecho de que un vacunólogo eminente se negara a vacunarse por desconfianza en las vacunas, pero me temo que el negacionismo vacunal de un tenista -cuyos conocimientos científicos no suelen ir más allá de los relacionados con los dolores musculares- hay que encuadrarlo en el mismo ámbito intelectual que los principios politológicos de un individuo que se pone un gorro con cuernos de bisonte y asalta el Capitolio estadounidense, pongamos por caso.
Djokovic es un tenista prodigioso, lo que no quita que tenga repentes de botarate. Gracias a lo primero, está deportivamente donde está; por culpa de lo segundo, está ahora en su casa en vez de estar defendiendo el título de campeón en Melbourne. No es raro que, en mitad de un partido, ese cable pelado que parece tener dentro de la cabeza haga un mal contacto y le provoque un arrebato de furia, más propio de un jugador adolescente que de un ganador de 86 títulos individuales, pero predomina en él la deportividad, el respeto al contrario, y es uno de los pocos jugadores del circuito que tienen un buen perder, aunque es algo que no puede exhibir a menudo, porque no pierde casi nunca. Durante un tiempo, Djokovic contrató los servicios de un gurú, de nombre Pepe Imaz y riojano de nacimiento, que advierte al mundo del peligro de los anunnakis, de los iluminati y de los reptilianos, y creo que con eso está dicho todo.
Minusvalorando la autoridad de esos seres maléficos, que sin duda están detrás de los gobiernos y de la industria farmacéutica, Djokovic, demasiado convencido de ser Djokovic, optó por retar a todo un país y, de paso, al sentido común. Perdió el partido en segunda ronda. Como gesto desconcertante, o quizá no tanto, acaba de comprar el 80% de una empresa danesa que desarrolla un medicamento contra el covid. Algo es algo.
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