El vicepresidente del Principado, uno de esos pocos políticos a los que se les entiende casi todo cuando hablan, ha reconocido que la Administración actual sigue anclada en un modelo napoleónico. Cambiar unas sillas avejentadas en un organismo oficial le exige más de un año ... de trámites. Eso con suerte, si el asunto no encalla en un departamento atascado, ningún funcionario pone reparos y las circunstancias no dejan el expediente obsoleto. Se ha visto con la adjudicación del Hospital de Cabueñes. Cuando la consejería convocó el concurso público, los precios se habían quedado tan desfasados que ningún constructor quiso una obra con la que iba a perder dinero por más modificados que le admitieran. La vergonzante situación de la autovía del suroccidente de Asturias, donde se habla de añadir años a una espera de la que se ha perdido la cuenta, cuestiona las definiciones de urgencia y necesidad.
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Los oxidados mecanismos de una administración en la que muchas veces se confunden las garantías de control con el número de trámites mantienen a los funcionarios muy ocupados. Tanto a los que se empeñan en sacar adelante los asuntos -que todavía hay quien cree en la función pública- como aquellos que justifican su sueldo en las pegas que son capaces de plantear. Unos y otros gozan de los mismos incentivos. Pero no son ellos quienes construyen la telaraña de la administración, sino unos políticos que pasaron de ignorarlos a dejar todo en sus manos para asegurarse la tranquilidad y acabar por sentirse rehenes de los llamados técnicos, los que están allí porque han aprobado una oposición. El funcionariado sirve para que el mecanismo no se detenga y también como excusa de todo lo que se para.
En su comparecencia en el Parlamento, la presidenta de la patronal asturiana y los sindicatos coincidieron en señalar que las demoras en la ejecución de las inversiones suponen un lastre. Algunos proyectos pasan de un presupuesto a otro con una reserva económica que se repite. Pocos políticos se atreven ahora a poner fecha a una licitación sin reservarse un margen de error de un año. Pero ya no se trata de que tal o cual consejero resulte más eficaz, aunque también existan notables diferencias. Todos juegan con las mismas reglas y tropiezan en los mismos escollos. Cualquier urgencia, lo mismo da un argayo que una gotera en un colegio, evidencian lo complicado que puede resultar a veces lo imprescindible cuando se enreda en la burocracia. Tanto, que el vuelva usted mañana sería ahora un consuelo.
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