Secciones
Servicios
Destacamos
No sé a ustedes pero a mí no hay un solo día en que desde las pantallas (diría que desde todas ellas) no me asalten fervorosos defensores de la salud señalándome la conveniencia de incluir en mi dieta toda clase de superalimentos. Y, claro, el ... reclamo resulta irresistible: cómo no caer en la tentación de buscar ansiosamente lo que nos protegerá, simultáneamente, de contraer un cáncer, de la hipertensión, de la obesidad, del colesterol, de que se nos caiga el pelo y de que nuestras arrugas no consigan ganar en la batalla contra la inexorable tenacidad del tiempo.
Así que primero nos atiborramos con bayas de Goji, y fuimos pasando a la quinoa, a las semillas de chía, a la espirulina, a la cúrcuma, a frutas exóticas de nombres que costaba trabajo recordar, y hasta caímos rendidos ante la (o el) kale, tan bien vendida (y tanto) desde Estados Unidos gracias a alguna que otra estrella. Asistí en alguna ocasión al enfado de uno de esos apóstoles de la alimentación sana, cuando alguien le señaló que, en fin, que el kale, o la kale no dejaba de ser una berza rizada. Menuda herejía, tronó el experto. Y ahí siguieron los fieles defensores de los alimentos saludables comprando un manojo de ese superalimento de 250 gramos por más del doble de lo que les costaría comprar un kilo de humildes berzas. Pero, claro, vas a compararlas con un producto glamouroso y hollywoodiense.
Nadie discute las propiedades beneficiosas (lo de milagrosas ya es más cuestión de fe y de mucho marketing) de muchos alimentos. Pero resulta sospechoso esta continua aparición de nuevos y fantabulosos superalimentos destinados a que consigamos, con las propiedades que se atribuyen a cada uno y con una buena organización para ir comiéndonoslos todos, como mínimo la inmortalidad.
Todos tuvimos que comernos de niños espinacas que, la verdad, no nos gustaban mucho, porque Popeye nos convencía (y sobre todo convencía a nuestras madres) de que nos pondríamos muy fuertes. Luego supimos que esa consideración tenía que ver con el error de una coma que ya a finales del siglo XIX transformó en un listado los 4 mg de hierro por 100 gramos, en 40. Pero la fama siguió.
Y así andamos. Con errores de apreciación o con simples y efectivas campañas de eficaz publicidad, pagando a precios imposibles los elixires de nuestra salud y nuestra invulnerabilidad, mientras despreciamos los alimentos de toda la vida, que claro, sin el prefijo de super se quedan en nada. Es verdad que ese vaivén de opiniones con vocación de verdades inapelables no nos da mucha seguridad que digamos. Los que tenemos una edad recordamos que el aceite de oliva fue denostado antes de ser bendecido, y que el pescado azul se consideró muy inferior al pescado blanco. Y así tantas cosas. Lo último, o lo penúltimo, es que la grasa de cerdo cuya eliminación radical tantos disgustos trajo consigo a la gente con colesterol elevado, resulta ser de lo más beneficioso.
Así las cosas, estos días he escuchado que el próximo superalimento será la leche de cucaracha. Sí, yo también puse cara de asco infinito. Hay una variedad de esos bichos que son vivíparas y en algún momento de su vida producen un líquido por llamarlo de alguna manera, que tiene unas propiedades de lo más nutritivo.
Y yo estoy esperando a ver de qué forma abrazan semejante asquerosidad todos esos que se pasan la vida diciendo que la leche de vaca es malísima.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.