Estamos ante la dulce cebolla, antiquísimo alimento del hombre. Planta originaria de Oriente, ya conocida por la Grecia clásica, ésta iliacea triunfó en el Mediterráneo y ha sido la base de mil y un platos de nuestra civilización. Pero no crean que la presencia de ... la cebolla se limita el Mediterráneo. El bulbo anda triunfal por los fogones de la cocina centroeuropea y es base brillantísima de los grandes platos de paprika húngaros, de los kebabs turcos y de todos los rellenos de este antiguo país. Aparece también en la cocina rusa, en la polaca y en la rumana. Es, pues, un elemento principalísimo de todas las cocinas civilizadas conocidas.
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Además de esto, no hemos de olvidar que la sabiduría humana ha encontrado en la cebolla no sólo virtudes gastronómicas sino las más higiénicas y terapéuticas cualidades. Es una lástima que algunas de estas cualidades no se hayan podido confirmar científicamente. La escuela de Salerno afirmaba que picada servía «de una manera irrefutable contra la calvicie», si el paciente «se frotaba el desnudo cráneo varias veces al día». Tal vez yo no haya tenido suficiente paciencia para continuar esa práctica, sucumbiendo a la comodidad del sombrero.
Con la cebolla se ha hecho de todo, desde postres como la tarta de cebolla, hasta un puré, el soubise, dedicado por su cocinero al célebre príncipe del siglo XVIII que le dio nombre. Aunque no fuera imaginada por el príncipe, si fue el encargado de popularizar la sopa de cebolla, mérito casi tan grande como el anterior. En uno de los viajes que el Príncipe de Soubise hacía de Lorena a Versalles, dónde iba cada año a visitar a su hijo, se paró en una posada donde le fue servida una sopa tan delicada y tan cuidada que no quiso continuar su camino sin haber aprendido a prepararla. Así que se metió en la cocina y quiso que el cocinero volviera a hacer una sopa ante sus ojos. Ni el humo ni los vapores lacrimógenos de la cebolla, que le hacían llorar gruesas lágrimas, pudieron distraer su regia atención. Lo observó todo y tomó nota de todo y no se fue hasta haber aprendido a hacerla.
El inefable Alejandro Dumas afirmaba de ella que era una sopa muy querida por los cazadores y venerada por los borrachos. Y la cosa es que los más noctámbulos de la época impusieron la costumbre de acudir a lugares como el mercado de París a tomar un ardiente sopa de cebolla para prevenir el resacón antes de irse a dormir.
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