Creo que Gijón con todos sus avatares en el pasado era una ciudad más entrañable y digna de ser habitada. Había gente que lo pasaba mal, como ahora, pero predominaba el conocimiento, el trato y la sonrisa. Como me decía Chano Castañón poco antes de ... morir: «Antes nos saludábamos todos los del barrio de la Arena, y ahora no sé quiénes son los de mi portal». Había individuos cuyas particularidades dejaban marca, y en algunos aspectos los tiempos pasados sí que fueron mejores. Por ejemplo, y estoy seguro de que Castañón lo ratificaría si viviese, aquella hornada de pintores que surgieron en Gijón a raíz de la muerte de Evaristo Valle, maestro de los más, como también lo fue en su larga vida Nicanor Piñole. Por afinidad con Chano, que entre otras actividades referidas a la cultura era dramaturgo, me tocó, para cubrir un hueco, jugar un partido de fútbol en la playa con varios de aquellos artistas de su pandilla. Aparte de Chano, que había sido profesional en el Sporting, el protagonista indudable era Rubio Camín, que jugaba con gafas, y se abstenía de tocar la pelota con la cabeza; pero tenía un regate digno de ser filmado, si hubiera con qué. Manejaba el balón con los pies con la misma pericia que el pincel con las manos. Entonces no existían las lentillas, por si alguien ignora de qué época estamos hablando.
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Ahora se me murió Casimiro Álvarez, que era amigo mío, y eso no dice mucho, porque Casimiro era amigo de todo el mundo. Cuando te parabas a hablar con él en la calle, de cada dos que pasaban uno lo saludaba, y el «adiós, adiós» troceaba la conversación en unas pocas palabras. Pero Casimiro y yo teníamos en común esos conocimientos tan particulares de haber compartido camerino, si es que a aquello se le podía llamar camerino, y arrastrarnos por los platós, que tampoco podía decirse que aquello fuera un plató. Hasta cuatro películas rodamos juntos. En una él era policía y yo su ayudante para capturar a una mujer loba, porque haberlas hailas. Y cuando Casimiro interpretaba en una película medieval al rey Cazgardo, yo era su edecán. Primero lo mataba a él y luego me mataba él a mí, porque en las películas que escribía y dirigía nuestro inolvidable Javier Medina ocurrían estos prodigios. Envidié a Casimiro, porque para que el rey Cazgardo tuviera descendencia lo acostaba Javier con tres hermosas doncellas. ¡Cuánto hemos disfrutado en aquellos tiempos de los 'Cineastas del Domingo'! Hasta que prematura e inesperadamente se nos murió Javier Medina.
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