![Sobre obediencia y falta de libertades](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202104/16/media/cortadas/63701115--1248x1808.jpg)
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En la década de 1960 el psicólogo social norteamericano Stanley Milgram realizó un experimento en la Universidad de Yale. Trataba de mostrar los peligros destructivos que puede causar la obediencia ciega al poder de la autoridad. Reclutó un grupo de hombres de edades comprendidas entre ... los 25 y 50 años que creyeron que iban a participar en un estudio sobre la relación entre castigo y aprendizaje en el comportamiento. Diseñó la siguiente situación: al sujeto experimental se le asignaba el rol de 'profesor' y a otra persona -en principio aleatoria, aunque en realidad era colaborador del psicólogo- el papel de 'alumno', al que se le conectaba a un dispositivo que emitía descargas eléctricas que oscilaban entre 15 y 450 voltios, que eran suministradas por el 'profesor' cada vez que el 'alumno' se equivocaba en la respuesta. El sujeto experimental creía que las descargas eran reales. Sin embargo, el 'alumno' no recibía ninguna corriente, solo fingía dolor. El 'alumno' cómplice imploraba, cuando las descargas eran elevadas, que se pusiese fin al experimento, negándose incluso a continuar, que, según lo pactado, también se tomaba como una respuesta fallida. De los 40 participantes en el experimento, 26 dieron las descargas máximas a sus 'alumnos', mientras que 14 se detuvieron antes de llegar a los niveles más altos. Milgram se preguntaba: ¿qué lleva a los sujetos a obedecer a la autoridad (el experimentador, en este caso) sabiendo de antemano que infligían un daño a otro ser humano? Las principales conclusiones a las que llegó Milgram fueron dos: «Las personas ordinarias pueden infligir daños extraordinarios a otros seres humanos, solo por el simple hecho de seguir las instrucciones de la autoridad y la tarea que tienen encomendada y prescinden de sus posibles consecuencias». La segunda es que «el ser humano tiende a obedecer de forma acrítica a la autoridad y cede al enorme poder que ejercen las situaciones excepcionales en su conducta, en detrimento de las disposiciones personales».
Si extrapolamos el experimento a la perdida de libertades civiles debidas a la pandemia y lo obedientes que nos estamos volviendo -una mayoría- a las normas de la autoridad, hace que el escenario que estamos viviendo se asemeje al de los sujetos experimentales de Milgram. Las restricciones incoherentes y plagadas de contradicciones a las que nos están sometiendo, dan la sensación de que el Gobierno central y los autonómicos se han convertido en nuestros amos y han dejado de ser nuestros representantes. Nos tratan como a niños irresponsables, que necesitan de la tutela de la autoridad y sanciones. Estamos ante una atmósfera totalitaria, nos están tratando como delincuentes y como si fuésemos incapaces de elegir lo que nos conviene, en vez de como a adultos.
El otro día me inocularon la primera dosis de la vacuna de AstraZeneka. No me extraña que la gente muestre desconfianza e inquietud. Las sospechas de casos de trombos y muertes relacionados con la vacuna; la paralización que se hizo durante una semana en Europa de la misma (Alemania, Países Bajos y Castilla y León han vuelto a interrumpirla) para reanudar inyectándola después; al principio no era recomendable para las personas mayores de 55 años, después sí, y ahora parece que también se va a administrar a franjas de edades de personas más mayores. Con estas incoherencias la gente piensa que estamos ante estados clínicos que enmascaran su tiranía como terapia.
Se agota el tiempo de seguir manipulándonos y la paciencia para que empecemos a desobedecer para recuperar las libertades. La libertad de la inviolabilidad del individuo y del domicilio, de nuestro derecho al ocio, de reunión, de movimientos, y, sobre todo, la libertad entendida como conciencia de la necesidad, aunque en estos momentos sea salvar vidas, no pueden ser a cualquier precio. Es muy complejo gestionar una pandemia, pero la gente ya está harta de titubeos, experimentos no precisamente con gaseosa y la falta de libertades. No somos insectos sociales ni sujetos experimentales de Milgram.
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