Secciones
Servicios
Destacamos
La sombra de los imperios es alargada. Cuando desaparecen, dejan rastros, lenguas, estilos, infraestructuras, modelos formativos. Ya sea el imperio británico, el otomano, el Reich alemán, todos dejan huellas físicas y mentales que perduran mucho después de su desvanecimiento. También le sucedió al imperio soviético, ... la URSS. El mismo por el que Putin siente una profunda nostalgia, el mismo que Gorbachov, en el documental que le hizo Werner Herzog en 2018, 'Conociendo a Gorbachov', decía que todavía le dolía, aunque fuese él quien desatase las fuerzas que lo centrifugaron. El imperio soviético era un universo en sí mismo, que implosionó, y cuyos fragmentos se ha empeñado en montar de nuevo el historiador Karl Schlögel en su tremendo ensayo 'El siglo soviético' (Galaxia Gutenberg).
Schlögel avanza por los fractales del imperio, donde cada pieza remite al conjunto, como una rama tiene la misma forma que una planta entera. Y a medida que estudias cada parte, podrías decir de la URSS lo mismo que decía Kissinger acerca de Nixon: era a la vez peor y mejor de lo que la gente suponía. Se puede leer: «Rusia es la experiencia de resurgimiento y catástrofe en su forma más pura». Tenemos las inimaginables cifras del terror durante la Revolución y la Guerra Civil, unos 10 millones de muertos; las 680.000 ejecuciones durante el Terror del 37 desatado por Stalin; los estremecedores 26,6 millones de muertos durante la invasión alemana, con grupos étnicos enteros borrados del mapa o desplazados. Pero también la capacidad del homo sovieticus para levantar fábricas legendarias prácticamente de la nada y en lugares inhóspitos, la de automóviles Gorki, la Putílov, los Astilleros del Báltico, o mismamente el complejo de Magnitogorsk, a 1.200 kilómetros de Moscú, con más de veinte kilómetros de longitud, como un remedo de Pittsburgh al otro lado de los Urales.
Decenas de nacionalidades convivían en el planeta soviético, campesinos que pasaban directamente de ultramundos rurales a fábricas y ciudades en las que se trabajaba 24 horas al día, mientras se les alfabetizaba a marchas forzadas hasta que podían cursar carreras de ingeniería o escuchar textos de Hegel. Era una Rusia que, paradójicamente, antes de la Guerra Fría quería ser como los Estados Unidos: quería sus propias presas Boulder sobre el Colorado, sus General Electric, aquel mundo americano que, como los revolucionarios soviéticos, también había dejado atrás las barreras y el orgullo de clase de la vieja Europa, y buscaba una sociedad menos jerárquica y donde el ascenso social fuera moneda común. Una sociedad donde los distintivos del poder bolchevique, el abrigo de piel, el revólver Nagant, el ushanka, ejercían de regulador en todo el territorio y extendían su violencia y su propaganda desde la Rusia europea hasta el último rincón de Yakutia. Y el espacio era infinito: un territorio tan grande que ningún enemigo podría cercar y, aun así, el poder soviético (como Putin) jugaba siempre con la idea de cerco, del enemigo que siempre está dispuesto a desestabilizar la patria.
Karl Schögel toca todos los palos. El poder que tuvo la imagen en el imperio, con los maestros de la fotografía que alimentaron su propaganda: Lisitski, Alexsandr Ródchenko, Várvara Stepanova… acompañados de los textos que subrayaban su magisterio escritos por maestros como Bábel, Gorki, Belski… Los libros de cocina que, a la manera de un Arguiñano de las estepas, nutrieron todo un imaginario gastronómico. La obsesión con las palmeras como un símbolo de huida hacia entornos más cálidos, como una evidencia del tamaño del imperio, como una forma de lujo discreta en un entorno que quiere ser igualitario: tanto en la capilla ardiente de Lenin como en la de Stalin hay palmeras. Las dachas, no solo una forma constructiva, sino un estado mental, un biotopo que ha impregnado la mentalidad rusa desde los zares hasta la caída del muro y más allá, hasta la contemporaneidad hortera de los oligarcas. Dostoievski habla de las dachas en Stáraia Russa en 1872, Gorki les levantó un monumento literario en su obra 'Dachniki', Chéjov hace que su 'El jardín de los cerezos' transcurra en una. La simbología de los tatuajes en las mafias de los Vor y Zakone. La insólita y solidísima industria de la producción de pianos en el imperio soviético. El Gólgota de los Kulaks. El turismo interior. Los perfumes que producía la industria nacional.
La cultura siempre fue importante en el imperio. Daban igual los océanos de sangre, las torturas, las presiones, la falta de libertad. La cultura. Como una etiqueta soviética, como columna vertebral de los desarraigados, como una forma de distinguir entre lo 'kulturno' y lo 'niekulturno', lo civilizado e incivilizado. Se pasaba de jugar a las cartas y el dominó a estudiar ajedrez. Los parques se llenaban de estatuas griegas, se escuchaba a Beethoven, se iba a ver el Bolshoi. Era el mismo cosmos en el que se purgaban las bibliotecas de nombres apestados, de episodios históricos que no convenían, de libros que eran considerados una amenaza para el sistema. Solo en el intervalo 1938-39 se prohibieron las obras de 1.860 autores, unos 7.809 títulos, y en total, se acabó con 24.138.799 libros de las bibliotecas y librerías. Los bomberos de 'Fahrenheit 451' no lo hubieran podido hacer mejor. El mismísimo cosmos que maquillaba la podredumbre paulatina del sistema, a base de sofisticada propaganda y análisis de estadísticas tan coloridas como falsas. Y para muestra, un lunar: cuando Stalin afirmó en el Congreso del Partido de 1934 que la población de la Unión Soviética había pasado de 160,5 a 168 millones en tres años, fue Iván Kraval, el director de la Administración Central de Estadística, quien tuvo que explicar por qué no eran posibles los millones que faltaban. Por supuesto, acabó en un campo de trabajo, y el siguiente director tuvo mucho cuidado de que las cifras coincidiesen con la voz de su amo.
Cuando terminé el ensayo, me acordé de una anotación de Cioran en su diario: «Leído un libro sobre la caída de Constantinopla. He caído con la ciudad». Leído 'El siglo soviético', yo también caí con el imperio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.