El mal del siglo XXI
IVÁN DE SANTIAGOABOGADO Y ESCRITOR
Sábado, 22 de mayo 2021, 01:40
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IVÁN DE SANTIAGOABOGADO Y ESCRITOR
Sábado, 22 de mayo 2021, 01:40
La pandemia es temporal, esperemos. La pobreza, transitoria. El amor, fútil. La familia, caduca. La mala racha, eso mismo, una racha. El verdadero mal perenne del siglo XXI es la soledad. La soledad de nuestros mayores y de nuestros enfermos. La ausencia de alguien cercano ... a quien asirse en los malos momentos. La falta de afecto de quienes están para cuando no está nadie.
Hace un par de años, viví profesionalmente el hallazgo de dos cadáveres en Oviedo que llevaban más de un año fallecidos. Cuando entramos en aquella casa con los funcionarios judiciales y la Policía, el olor a muerte lo impregnaba todo. Una pareja normal, ancianos, con poca relación con los demás. Nada extraño más allá de la gran anormalidad de que nadie los echara de menos, que es una anormalidad enorme.
Este jueves, en Gijón, se hallaron dos cadáveres de madre e hija de 70 y 40 años, respectivamente, en estado de descomposición, fallecidas hace más de dos meses, según los informes forenses. Sus familiares, con los que no tenían contacto alguno, incluso rechazaron hacerse cargo de los cadáveres. Nadie cercano. Nadie lejano siquiera. Nadie. Nadie.
Y ese es el temor fundamental que acaso nos asedia. Una vejez o una enfermedad, como la que padecía la menor de las fallecidas, y nadie que se preocupe por uno. Una vida anodina enmarcada en unos hábitos rutinarios que a nadie preocupan, porque nadie tiene un minuto para ocuparse de familiares, vecinos o antiguos amigos. Las pleitesías de la rutina diaria nos han convertido precisamente en animales sin afectos, presos de las rutinas marcadas por el móvil, el reloj o las redes sociales.
Muchos, al llegar a la jubilación, enferman de vacío. Del que les dejan sus únicas relaciones, basadas en un trabajo al que han dedicado las cuatro últimas décadas de su vida, que en ocasiones es el 70 % del total. Muchos, cuando debieren disfrutar, no saben hacerlo, presos de un sistema que desafecta todo lo que no esté relacionado con el éxito profesional.
Dos mujeres solas han fallecido y nadie las ha echado de menos. Ahora ha sido Gijón. El año pasado fue en la cuenca del Nalón. Hace dos años en Oviedo. La pandemia se ha llevado a muchos de nuestros ancianos y enfermos, a quien nadie pudo o nadie quiso cuidar. Pero la soledad se lleva a muchos en vida. Convirtiéndola en un lento languidecer hasta llegar a un final que en ocasiones se preguntan cuándo llegará.
Nos prometimos que la pandemia nos iba a cambiar. Que se iban a valorar mucho más las cuestiones esenciales para dejar de lado las circunstanciales. Que lo material es subsidiario y que sin salud y amigos, el resto pasa, viene y va.
Ojalá sea lo bueno que nos deja una enfermedad global. Ojalá nunca más contemos nada semejante a esto.
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