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Me presentaron a Francisco Umbral allá por los inicios de los 2000. Era una fiesta de 'El Mundo', y acababa yo de aterrizar en la capital con la misma intención con la que él aterrizó en el Café Gijón décadas atrás, o sea, hacerme un ... nombre. Umbral ya estaba muy cascado, pero seguramente reconoció en mí a un postulante, cosa que no sé si le pareció bien o mal o, lo más seguro, que le dio igual. Nos presentaron, me dio la mano, le explicaron que yo también era escritor y que venía de fuera, me soltó un «muy bien, insista, insista» con aquel vozarrón grave e impostado, y luego me pegó una manoletina y siguió a lo suyo. Nunca más lo volví a ver. Umbral murió en 2007. Desde entonces, y como casi todos los autores, sufrió un purgatorio en el cual, y durante un tiempo indefinido, se le dejó de leer, a él, que había sido ubicuo durante más de veinte años. Si Umbral pudiera resucitar durante unos momentos, se quedaría ojiplático. No obstante, es algo habitual, a su maestro Cela también le sucedió y uno no sabe durante cuánto tiempo permanecerá en el limbo. Son procesos orgánicos, y no hay vuelta de hoja.
Yo también dejé de leerle. De leerlo todo cuando estaba en Oviedo, a seguir leyéndole cuando estaba en Madrid, pasé al más absoluto olvido durante doce años. De vez en cuando compraba alguno de sus libros, de saldo, pero no lo abría. Siempre tuve una impresión: Umbral era un maestro de la crónica y del artículo, pero sus novelas estaban mal estibadas. Nunca fue un novelista 'comme il faut', eso creo (su maestro Delibes pensaba lo mismo). Desde luego, Umbral acertó a crear uno de esos personajes que Cecil B. DeMille decía que al público le gusta amar u odiar. Salía diciendo burradas en la tele, o haciendo directamente el ridículo. En realidad, nada de eso importa, o por lo menos, a mí no. Lo único que cuenta es la prosa, el escritor. Recientemente he visto 'Anatomía de un dandy', el estupendo documental sobre su vida. Sale el ególatra que decía que «a mí se me lee siempre o no se me lee», sale haciendo el ganso, salen sus traumas, sale su elegante esposa, María España (a quien conocí más adelante, y confirmo la gran mujer que es), sale su obsesión con el éxito y el dinero, salen sus putaditas y sus rencores, salen las Erinias que lo acosaban. Sí, sale todo eso. Pero también salen otros ángulos más estimulantes.
Sale el amor por su hijo Pincho, y la hostia que significó su muerte por leucemia con seis años (Umbral nunca se recuperó). Sale el escritor de prosa acendrada. Sale la crónica de una época. Tras el documental, me animé a releer lo que tenía en casa. Confirmé lo que ya pensaba. Cuando Umbral hace memorialismo, cuando le toma el pulso al momento con sus artículos, es muy grande, 'La década roja', 'Trilogía de Madrid', 'Del 98 a don Juan Carlos', 'Mortal y rosa', 'Un ser de lejanías'… Cuando Umbral tira de imaginación e intenta novelar, la cosa aburre, te despistas, se te cae de las manos. No pasa nada, cada uno tiene sus virtudes y sus puntos flacos. Lo que tengo claro es que es importante leerle. En ocasiones empacha un poco, pero merece la pena porque de vez en cuando alcanza cielos alquitarados, sobre su cabeza aparece una lengua de fuego y entonces la máquina de escribir se pone a aplaudir. Yo también. Ustedes también, se lo puedo asegurar.
Durante largos años fue el sospechoso habitual en todo tipo de verbenas, y eso se nota. Sobre el oficio: «Aspiro a morir escribiendo el artículo del día». Sobre los políticos: «No convencen o dejan de convencer. Los políticos caen bien o mal, y así se ha empobrecido o infantilizado la democracia en el mundo». Sobre el éxito: «Del éxito no se puede salir con vida, no es decente». Sobre el socialismo: «Habíamos sido socialistas, y ahora empezábamos a hacer de socialistas». Sobre sí mismo: «Uno, como intelectual viciado y vicioso, siempre ha preferido la mentira inteligente a una verdad mostrenca». Sobre la fama: «No se puede estar arriba sin que alguien juegue contigo al tiro de pichón». Sobre el dinero (cínicamente): «Siempre que haya dinero, la causa es justa». Sobre el humor: «El humor es todo lo contrario a la risa, el humor es la risa del intelectual, que jamás caerá en la carcajada». Sobre el Ateneo: «Fue siempre un lugar de falangistas ilustrados». Sobre el comunismo: «Nació para cambiar el mundo, y si se aviene a pactos intermedios, se disipa». Sobre el poder: «Cuando se perpetúa, siquiera sea democráticamente, en seguida se acostumbra a que le den la razón». Sobre el estilo: «La forma es el fondo». Sobre la victoria: «Llega siempre acompañada de una conciencia de inmunidad, que es la que luego lleva a los excesos».
Umbral vio venir la plaga del consumismo, y escribió que el mundo se había llenado de cosas y se había vaciado de ideas, y que sólo nos quedaba la pasión por gastar más. Memorable es el traje que hace a los de mi generación (los noventeros), mientras va al estreno del 'Drácula' de Coppola, y radiografía nuestra juventud despolitizada, solo preocupados por meter mano a la novia y pasarlo bien (con las consecuencias pertinentes para el futuro del país). Cuenta como nadie el socialfelipismo, y cómo el país se cree sus propias mentiras de vivir en un mundo de papel cuché (el 'Hola' era la revista más vendida del mundo), hasta que llegó el baño de realidad. También recuerdo una pieza en que leía la cartilla a la monarquía, y auguró que el despido de Sabino Fernández Campo repercutiría en el futuro de Juan Carlos, pues era el único valido que tenía valor para hacer de Pepito Grillo (luego se vio que tuvo razón).
Hace poco se han publicado las cartas que se escribía con Delibes, posiblemente de las escasísimas personas que le conocían realmente. En ellas, Umbral reconoce que su perfil de ogro público responde a la necesidad, «la selva obliga», y se desnuda ante su mentor, dejando ver partes de su intimidad impensables para el resto de mortales. De todas las frases de Umbral, uno se queda con la respuesta que dio en el documental al objetivo de una vida: «Lo más importante es llenar hasta los bordes la imagen que te has forjado de ti mismo».
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