En paralelo a la antigua, pero en su día revolucionaria, técnica del paracaidismo, de la que también fue precursor Leonardo Da Vinci -aunque se dice ... que realmente el inventor fue un tal Abbás Ibn Firnás, de origen berever, año 852, Córdoba-, cada vez con más frecuencia la política viene sacando a la luz otra curiosa modalidad. Supera con creces al conjunto de factores de la ciencia aeronáutica para que, de súbito, un sujeto pueda aparecer en un determinado sitio, a menudo sin poseer la mínima vinculación con las personas que allí viven y menos con el lugar. Cuando ello ocurre, las preguntas obvias que todos solemos hacernos son las siguientes: ¿Quién es este? ¿De dónde sale este paracaidista? Ocurre en sociedad con mucha frecuencia cuando, por ejemplo, un avispado se presenta sin invitación en una fiesta o en actos similares donde se congrega gente de diferente condición. En sus justos términos, y refiriéndonos al tema que nos ocupa, el político paracaidista responde al perfil de un sujeto poco conocido, ya que casi nunca pertenece al distrito o circunscripción electoral por el que se intenta presentar. Los que saben mucho de este tema los suelen encajar también en el término de cunero. Es verdad que la Ley Electoral no ayuda mucho y favorece que surjan estos perfiles que, sin llegar a ser comúnmente aceptados, forman ya parte de la convivencia política. La única exigencia legal es presentarse en el territorio con dos meses de antelación a la fecha de la celebración de las elecciones y basta presentar ante la Junta Electoral un certificado de empadronamiento.

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Al hilo de lo anterior, tras el barullo mediático originado por la espantada a Bruselas de Diego Canga, pudiera pensarse que esa persona posee muchos de los atributos para entrar en el historial de los políticos paracaidistas. En el análisis de cómo ha procedido el señor Canga siempre se corre el riesgo, por falta de información, de caer en un 'a vuela pluma' sin consistencia alguna o falto de rigor. Pero en este caso los hechos consumados suscitan una unanimidad sin paliativos, donde las formas llevan directamente al desagüe del desplante, a la falta de respeto democrático y, lo que es más grave, a un doloso fraude inferido a quien un día de domingo, inocentemente, decidió cursarle el voto, en la firme creencia de que esta persona pudiera suponer un cambio en la política asturiana.

Realizada esta reflexión y aprovechando estas líneas que me cede EL COMERCIO, lejos de untar ahora a esta persona de una especie de bálsamo de Fierabrás que pudiera aliviar este impropio proceder, creo a pies juntillas que el origen de esta frustrante situación habría que buscarlo en las improvisaciones propias del diseño de una siempre difícil campaña electoral, a las que tienen que recurrir todas las formaciones políticas que se encuentran en liza. Donde por otro lado, el complicado nudo gordiano siempre lo constituye la búsqueda del mejor candidato. Y, ahora, queda más patente que nunca la necesidad de, al menos, tratar de escuchar el sentir de la sede regional asturiana antes de tomar la decisión en Madrid. Como siempre, la tozuda realidad coloca las cosas en su lugar, y en el caso del señor Canga no existió la debida interconexión, y si la hubo fue entonces irrelevante, quedando a posteriori -de lo mal hecho se aprende- como un fracaso estrepitoso.

Recordaremos todos que Canga vino empaquetado y aerotransportado desde Europa como candidato independiente, y lanzado en el espacio político asturiano para pelear por la Presidencia del Principado de Asturias en representación del Partido Popular. Cierto que desde el primer minuto en que tomo tierra no dejó indiferente a nadie. Su única raíz en la política asturiana era haber sido asesor del socialista Javier Fernández. No existía constancia de que conociera el territorio, y menos la organización interna popular asturiana, pues ni siquiera antes había pisado la sede del partido, simplemente, porque no era militante y a casi nadie conocía. De aquellos polvos vienen ahora estos lodos y el rasgue de vestiduras. ¿Que cabía esperar? Menos mal que en esta tómbola de desatinos, una actitud tan serena como responsable, la demostrada por Alvaro Queipo, traducida en el leal apoyo que prestó desde el minuto uno a la persona interpuesta por decisión de Madrid, evito una rebelión a bordo de importantes consecuencias para el Partido Popular asturiano. Hoy, quien se da por seguro que será el presidente de los populares, ha accionado todos los mecanismos para la celebración del congreso regional de manera democrática y para tratar de conseguir una hipotética unión de esta formación. Pero también con la difícil encomienda, y es consciente de ello, de poder acometer la tan necesitada, prometida y nunca ejecutada renovación del PP asturiano, a la cual recientemente, con firmeza y sensatez, se refirió un buen consejero como es Alfredo Canteli, alcalde de Oviedo.

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En dirección opuesta, y porque él lo quiso, Diego Canga ya forma parte de la historia de la política asturiana, por la que pasó de manera fugaz, con más pena que gloria, siendo un claro ejemplo de cómo un partido político no debe designar a un candidato electoral. No obstante, el buen resultado obtenido en las urnas avala un trabajo realizado al que le dedicó muchas horas, y, por ello, quizás pudiera atenuar la posibilidad de encuadrarlo en el calificativo que nos ocupa. Ahí lo dejo, pudiendo concluir que las verdaderas razones de su carpetazo final no recaen solamente en la familia, y sí tienen que ver con promesas políticas de imposible cumplimiento por quienes alguna vez fueron sus mentores.

Como punto final, de lo que sí podemos estar seguros los asturianos es de que este alto funcionario de la Unión Europea, que llegó como el adalid de la esperanza de una nueva Asturias, nunca más regresara a la política asturiana, no pudiendo proclamar ya el histórico «volveré» del general MacArthur, en las Filipinas invadidas por las tropas japonesas en la Segunda Guerra Mundial.

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