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En la portentosa primera temporada de 'True Detective', Rust Cohle soltaba aquella frase lapidaria: «No me gusta esta tierra, aquí nada crece recto». Tal parece que hablase del Gobierno de España. Efectivamente, nada crece recto. En esta nueva y última temporada de 'Sanchismo' podremos ver ... a nuestros personajes preferidos, que siguen haciendo de las suyas. Al menos un tercio de los ministros carecen de capacidad para ejercer sus puestos (y son 22), y alguno además es un gandul, lo que provoca situaciones tan hilarantes como alarmantes. Nuestro querido presidente hace tiempo que ha superado su envoltura inmanente y ha pasado a un estadio trascendente, dando la batalla por el alma de España en metaversos tales que no parecen afectados por la cesta de la compra, ni la inflación, ni la subida del combustible, ni la luz, ni la crisis en los bancos de alimentos, ni las colas en los comedores sociales. Lo último ha sido el paripé en la Moncloa, en el que los añejos seguidores de la serie echamos de menos las equipaciones deportivas del Eje del Chándal (Cuba, Venezuela, Nicaragua). Entretanto, sus 'supporters' de extrema izquierda siguen contaminando con su halitosis ideológica cualquier empresa gubernamental, al tiempo que los independentistas y los filoetarras, siempre apabullantes y contraintuitivos, ejercen su vocación de reactor 4 de Chernobyl.
Capítulo tras capítulo, nuestros héroes romperán de vez en cuando la cuarta pared y mirarán directamente a la cámara para ofrecernos lecciones edificantes. Igual que en el gran poema anglosajón 'Beowulf', nos aseguran que, si se quiere mantener el poder, se ha de compartir el botín. Igual que el Coyote, si no miras hacia abajo puedes correr sobre el precipicio. Igual que Cifra en la escena del chuletón de 'Mátrix', nos cuentan que la ignorancia es dicha, e igual que San Agustín, cuando te hagan cualquier interpelación incómoda se responde con que Dios prepara el infierno para los que hacen preguntas impertinentes. Igual que la Inquisición, puedes abrir procesos internos a quienes no son lacayunos y acusarles como a aquella monja famosa 'por volar y otros excesos'. Asimismo, los fans acérrimos podrán repetir sus latiguillos más populares, 'poner en valor', 'nosotros y nosotras', 'como no podía ser de otra manera', 'poner pie en pared', 'vamos a sudar la camiseta', 'estamos en otra pantalla', etc. Y 'para echar más carne en el asador', volverán viejos conocidos, los más canallas, rijosos o trincones (apariciones cortas, pero estelares), que ya tienen sus propios 'spin-off' en programas de radio o tertulias de sobremesa; los más radicales disponen incluso de sus propios dramas judiciales.
De vez en cuando se producen crisis que no hacen más que espolvorear la trama con suspense y adrenalina, cada vez más requerida a medida que se desploman las audiencias. Son testigos de cómo la Vía Chilena se va al carajo, con el consiguiente perjuicio para los planes de la reforma constitucional patria, con sus intenciones de picadillo plurinacional. El ridículo plebiscitario les hace entrar en catarsis, en una de esas escenas memorables que se recuerdan en los foros. O el sistema sanitario demuestra que no es el héroe de Márvel que se publicitaba, y las colas de espera se vuelven tan largas como las de los noventa tras el repasito que le hizo Gorbachov a la URSS (706.740 personas llevan más de seis meses esperando para entrar en quirófano). Por supuesto, hay golpes de pecho por la proliferación de los seguros privados, se crean situaciones muy lacrimógenas. También son constantes las sonrojantes calamidades diplomáticas con la morisma, dignas de la TIA de Ibáñez (Técnicos de Investigación Aeroterráquea). Otro momento dramático se produce cuando uno de sus amigos, delincuente inconfeso, ha de ser rescatado de sí mismo, y se buscan catorce pies al gato para concederle el indulto. Ahí entra en escena el popularísimo sentimentalismo de nuestros protagonistas, alguna borrachera con elogio de la amistad incluida, y los sitios web se llenan de berridos para que los guionistas lo salven in extremis. A pesar de todas las dificultades antedichas, y siguiendo a Al Pacino, que dice que actuar es usar lo que tengas a mano, nuestras alegres comadres encuentran siempre la manera de hacerse los locos y seguir con su francachela, tirando de diálogos plagados de doblez y falsía que hacen las delicias de sus adictos (hay alguno que imita incluso el grito de Tarzán).
Capítulo aparte, y valga la redundancia, son esos episodios que hunden la serie en lo tenebroso, rompiendo el jolgorio y el buen rollo. Eso sucede porque cada vez es más evidente que están abocados a la cancelación, y se recurre a medidas tan desesperadas como peligrosas para la misma integridad de los actores. Se organiza la emboscada del poder judicial, se presiona a los leguleyos, se intenta forzar una mayoría que pone al sistema de justicia bajo la lupa de Bruselas. El motivo también es sentimental: salvar a los golpistas catalanes, facilitar el retorcimiento de la Constitución en favor de los colegas peronistas y filoterroristas, aflojar la división de poderes. Los 'spin doctors' proveerán de frases chingonas que puedan ser repetidas con júbilo, 'volem votar', 'hermana, yo sí te creo', 'la democracia está por encima de la Ley', 'hay que desjudicializar la política', 'los jueces están al servicio de los poderosos'. En este punto la serie empieza a tener espasmos argumentales, incoherencias en el guion: cierto desmadre parecido al final de 'Perdidos', un agotamiento de ideas a lo 'The Walking Dead' o la aburridísima repetición temática de 'Narcos' o 'Vikings'. No dejen de estar atentos a sus pantallas para ser testigos del ragnarök de 'Sanchismo'.
Terminamos como empezamos, con otra frase del inconmensurable Rust Cohle: «La gente incapaz de sentir culpa, por lo general se lo pasa bien». Los espectadores quizás lo vivan todo con un nudo en la garganta, pero tengan por seguro que a alguno de nuestros entrañables personajes aún le quedan momentos de gloria.
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