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Caminar por la ciudad como un 'flaneur' te proporciona muchos datos sobre el mundo y la sociedad en que vivimos, basta tener una mirada como la de El campesino de París de Louis Aragón y el espíritu de Walter Benjamín que trazaba las calles a ... modo de los pasillos de una casa. Hoy habitamos a medio camino entre la ciudad de los escaparates y la sociedad de las pantallas.
El concepto de sanidad universal fue avanzando de diversas formas que irían de la asistencia sanitaria gratuita de Otto Von Bismarck a la primera red sanitaria general de Nikolai A. Semashko en los inicios de la URSS. Pero fueron en especial los estados del bienestar que se desarrollaron en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, por la particular geografía política-ideológica, cuando se planteó que la salud, la atención a la enfermedad, debería estar en lo esencial, ajena a las fluctuaciones y convulsiones del mercado.
Sin necesidad de consultar estadísticas, los escaparates urbanos nos ofrecen una buena información no sólo del consumo y el mercado, sino de cómo los poderes económicos van imponiendo sibilinamente las tendencias dominantes. El arrinconamiento del mercado minoritario en beneficio de las grandes estructuras comerciales es una tendencia consolidada, así como el cambio de costumbres. No hace tantos años podíamos encontrar un kiosko casi en cada calle, hoy se ha reducido y en muchos casos lo que era un negocio familiar, empieza a estar dominado por cadenas comerciales. Y entre los cambios más notables nos encontramos con lo que podemos decir es un nuevo actor, muy en boga: clínicas y locales dedicados a la atención sanitaria proliferan sustituyendo a negocios que han bajado la persiana. Desde la Odontología que ha aumentado y diversificado, la oftalmología, la audición, la fisioterapia… hasta centros integrales algunos con nombres que parecen de fórmula uno y que son la avanzadilla de las multinacionales que vienen, hasta nombres que ya forman parte de nuestro vocabulario. Y no es casualidad que todo ese desarrollo se haya producido en una época de crisis, primero económica y luego con la pandemia, poniéndose de manifiesto una de las máximas que históricamente suele producirse en la llamada economía libre de mercado, que con los desastres y crisis, hay sectores que crecen. Porque el empeoramiento del sistema sanitario público, con largas listas de espera, entre otras cosas, es en realidad quien provoca ese crecimiento, pues una de las bases del neoliberalismo es la privatización de espacios públicos rentables. Si el capitalismo liberal-reformista de posguerra, aunque fuese por su propia situación, renunció en lo esencial a mercadear con el cuerpo enfermo, el capitalismo neoliberal lo pretende convertirlo en uno más de sus productos. Y se debe reconocer que lo hace con habilidad. Por un lado una cierta obsolescencia programada de la sanidad pública y por otro la naturalización de pagar por lo que hasta ahora era o podía ser público, en base a la presencia citada, dado que también se produce una cercanía, pues no solo están en el centro de las ciudades, sino que tienen presencia en los barrios, así como nos invaden ideológicamente desde las pantallas, donde hasta un presentador de telediario avalaba una de las cadenas sanitarias privada.
El anuncio de que una de esas grandes compañías sanitarias se va a instalar en Gijón, con la colaboración de las administraciones, prometiendo puestos de trabajo y unos nuevos servicios, parece otro más de los 'bienvenidos Míster Marshall' que forman parte de la reciente historia asturiana, donde una cosa es lo que se promete y otra lo que se lleva a cabo. Y quienes se adhieren al dogma neoliberal pretendiendo vender la compatibilidad público/privado, están ignorando una de las reglas básicas que necesita cualquier mercado: que existan consumidores para el mismo. No se instala una tienda de lujo en un barrio marginal, no invierte una empresa fuerte sino sabe que existen usuarios que lo necesiten, esto es, como ha declarado un responsable político, atender a quienes lo precisen por el empeoramiento de la sanidad pública y tengan posibilidades económicas.
Si tenemos en cuenta que el proceso ha sido la progresiva reducción de las clases medias tanto en su número como en su poder adquisitivo, el planteamiento de tener que pagar por la salud, convirtiéndose en otra factura más, empobrece y crea desigualdad social. Además supone una mutación importante; cada vez más y en este caso con algo tan elemental como la salud, vamos pasando, en la práctica, de ser ciudadanos para ser consumidores, a ser consumidores para poder ser ciudadanos.
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