La salud de los botellones

Los botellones molestan porque el dinero que esos jóvenes gastan en el supermercado, no se lo gastan en los locales y porque la suciedad y ruido que generan no estan normalizados y aceptados como en las llamadas zonas de marcha

Jueves, 9 de septiembre 2021, 21:01

Botellones. Nos preocupan mucho al parecer, pero ¿qué es lo que realmente nos tiene tan alarmados? Que menores de edad consuman cantidades ingentes de alcohol; que se junten más personas de las permitidas en este tiempo de restricciones que vivimos; cómo consiguen comprar la bebida; ... la suciedad que provocan, etc. ¿Es eso? ¿Es la salud de nuestros jóvenes lo que realmente nos quita el sueño? ¿Su bienestar nos desvela hasta el punto de convertir los botellones –clásicos de todos los veranos, por otra parte– en tema constante de debate y crispación? ¿Quizá es la suciedad de nuestras calles y ciudades? ¿Es, acaso, el hecho de ver que su ocio nocturno se reduce al consumo alcohólico?

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Pues no lo tengo tan claro, fíjense. Su salud, esa que no se menciona en ningún momento cuando se trata este tema, no parece que nos desvele demasiado, sobre todo, cuando lo que se usa como argumento y posible modelo para eliminar esta práctica en la calle es que se haga lo mismo pero dentro de un local cerrado. Ojos que no ven… Que supongo que esto, al menos, sí erradicará el consumo por parte de menores, porque todos sabemos que no se puede vender alcohol a menores de edad. Ni en la calle ni en otros lugares. En cambio, los que ya tengan edad de consumir podrán continuar su actividad alcohólica, pero de forma ordenada.

En cuanto a la suciedad, tampoco parece ser ese el motivo principal por el que nos molestan tanto los botellones. Los jóvenes ensucian, muchísimo, eso es un hecho incontestable, no seré yo quien cierre los ojos ante lo evidente, y lo dejan todo hecho unos zorros, pero, seamos honestos, los alrededores de muchas zonas de consumo legal de alcohol no brillan precisamente por su limpieza. Vómitos, orines, restos de comida y bebida, cristales rotos, suelos pegajosos, condones, malos olores, bichos de todo tipo, color e índole, etc. Y eso sin hablar del ruido, porque el que se provoca, por ejemplo en algunas macroterrazas abiertas por la situación excepcional que vivimos (que empieza a ser más normal que la propia antigua normalidad) y un botellón, no se crean ustedes que dista tanto.

Echen un vistazo a su alrededor y observen su barrio, pueblo o ciudad. Mesas llenas de gente. Gritos, cánticos, alguna pelea y colillas. Muchas, muchas colillas circundando las macroterrazas. Muchas debajo de las ventanas de los vecinos, en sus aceras y alcantarillas, en jardineras y árboles, porque ya saben ustedes que el virus distingue y en una mesa no se puede fumar porque es muy peligroso, pero a tres pasos mal contados, al lado de la vivienda o del columpio o del banco o del coche o del escaparate de alguien, sí. Ahí ya el virus ni se asoma.

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Y todo esto es cuanto menos curioso y nos debería hacer reflexionar; que los botellones nos parezcan tan horribles mientras las aglomeraciones legales, no –sean estas cotidianas o llamativas, como las superbodas de famosos o las reuniones de clase alta en clubes especiales–. Y creo que, en lugar de envolver la verdad con miles de lacitos y palabras pedantes, deberíamos ser sinceros y llamar a las cosas por su nombre. Los botellones molestan porque el dinero que algunos de esos jóvenes gastan en el supermercado no se lo gastan en los locales y porque la suciedad y ruido que generan no está normalizada y aceptada como lo está en las llamadas zonas de marcha. Y digo algunos porque otros, independientemente de las medidas que se tomen, van a seguir haciendo botellón porque no tienen dinero para ir de copas o de tardeo o de terraceo. Así de simple y así de real porque en el alcohol también hay pobreza. Y lo de la salud, eso ya, lo dejamos para otro día.

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