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Lo peor de esta campaña en las elecciones madrileñas no es que se parezca a una de principios del siglo XX. O sea, comunismo versus fascismo y viceversa. Tampoco que el lenguaje y las formas sean anticuadas, obsoletas e incluso tremendistas. Vamos, que el «no ... pasarán», los «cordones sanitarios» y el fin del mundo están a la orden del día. Lo peor, digo, es que se están utilizando las amenazas a los políticos de forma obscena. Si recuerdan, esto empezó en una tertulia radiofónica el pasado viernes cuando Pablo Iglesias, la abandonó para «no blanquear al fascismo». Todo ello, porque Vox había puesto en duda la veracidad de unas cartas con balas recibidas por él y su familia, junto con el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y la directora de la Guardia Civil. A partir de ahí el clima de la campaña se volvió irrespirable. Poco menos, que una carrera alocada de enfrentamientos agrios y continuos entre los dos grandes bloques que se disputan el voto (izquierda y derecha). Posteriormente, la ministra de Industria, Reyes Maroto, también recibió una misiva similar y se apresuró a condenar el fascismo. En realidad, fue enviada por un esquizofrénico que hasta había puesto su nombre en el remite. La verdad, no creo que nada tenga que ver esto con ningún movimiento ultra. Sin embargo, se metió en la misma olla electoral para que su presión aumentase.

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