Son veneradas en la India, en virtud de esa forma tan humana de resignarse al destino que se llama religión. El dios Krishna se representa como un pastor de vacas, que al parecer sólo las quiere de mascotas. Aunque el hambre sea mucha o el ... viajero tenga prisa para no perder un avión, nadie se atreverá a alimentarse de estos simpáticos herbívoros o apartarlos para que no obstaculicen el paso. La vaca sagrada es, por definición, un ser privilegiado que asienta sus reales en partidos, comisiones y departamentos, impasible ante el progreso emergente de otras criaturas que puedan disputarle privilegios. Son el trombo que impide la normal circulación de sangre nueva, aunque sólo consigan sobrevivir a fuerza de transfusiones. Evolucionan felices, entre acólitos y eunucos, que ambicionan secretamente ocupar su puesto en el establo celestial, después de años rumiando a su sombra. Ejercen su poder siempre a distancia, desde cátedras sin alumnos y patronatos de licor y aperitivos de balde. Su pecado capital es la soberbia del filósofo, ese deseo convertido en impotencia, que el gran pensador José Gaos definió como la nostalgia del alquimista ante el crisol, cuando se ve incapaz de sintetizar una idea nueva de entre un conjunto de decepciones.

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Con una honestidad prodigiosa, Gaos, que reconocía que solamente seguía trabajando por inercia, afirmaba que se había dedicado a la filosofía precisamente por soberbia, por un afán de superioridad y un querer usar el saber cómo medio de dominación. Para Tomás de Aquino, el soberbio siente un amor desordenado por su propio bien, emparentado con la pereza, con una desidia que le impide cambiar de idea. Acepta un desfile de rescatadoras de cuota, que nunca han salvado a nadie, empoderadas y perfectamente inútiles sobre una lancha neumática. Nadie está más crecido que aquel que contempla cómo cada día va menguando, pasando de ser elegido para tener siempre razón a ser ese jarrón chino de imitación que los nuevos inquilinos del poder no saben dónde poner, porque su brillo apagado ya no combina con la decoración recién colocada y las nuevas leyes requieren un desapego de todo fin mundano que no sintoniza con antiguas obediencias. Todo diálogo se convierte en una farsa cuando los maestros deciden de antemano quién tiene razón y reparten diligentes las acreditaciones y epítetos que cada cual merece, mientras la Tierra Prometida se desangra a manos del pueblo elegido. Gracián definió a estas momias del catecismo como personajes hinchados con fuelles de lisonja, tan llenos de sí que acaban explotando frente al modesto aprendiz, convencido de que el no saber es toda su esperanza. Esta vaca ya no da más leche, no da más que pena. Gatos y vino, ese será todo tu camino.

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