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En Sudamérica reaccionan a los golpes del destino diciendo: «me quitaron los anillos, pero me quedan las manos». Ringo es un apodo propio de pistoleros del Oeste, aunque quién lo convirtió en universal fue el batería de los Beatles, que se ganó el apelativo por ... su afición a lucir anillos. También hizo fortuna como nombre perruno, mi primer chucho, un pointer difuminado con otras sangres, se llamaba así.
En estos días en los que el sol nos abraza y las nubes nos alivian, hay otro perro llamado Ringo que no entiende cómo es posible que su dueño haya desaparecido sin llevarle con él, para corretear con Max o coincidir con Lennon, con quién además de juegos comparte raza. Los dos border collie, inteligentes perros de trabajo que sacrifican su instinto de jefes del rebaño para acompañarnos en estas aglomeraciones humanas en las que las únicas ovejas son bípedos implumes, escrutados con una curiosidad e inocencia que los humanos ya hemos perdido. Para el escritor Simón Gardfield, el hombre es el mejor amigo del perro, su extensión natural, a ras de suelo y a cuatro patas. La única referencia cierta en un paisaje de olores que su nariz de húmeda gominola colecciona con la dedicación de un archivero. Los canes establecen una alianza con su humano que va mucho más lejos del lucimiento en las redes sociales, que los convierte de alguna manera en objetos, o de la ingeniería genética destinada a regalar a sus dueños una belleza artificial. La historia es pródiga en ejemplos de sacrificios a la memoria de sus amos. Perros como Bobby, el terrier que permaneció en la tumba de su humano, en un cementerio de Edimburgo, durante catorce años, alimentado por los vecinos, o Hachiko, el perro japonés de raza akita, que durante nueve inviernos esperó a su dueño en el metro de Shibuya, sin saber que no volvería nunca, porque había fallecido de una hemorragia cerebral mientras impartía una clase de agricultura en la Universidad de Tokio.
Para el creyente, el dolor se atenúa cuando se tiene la convicción de que existe un cielo, ese que nuestros peludos nos regalan aquí en la tierra, con un amor incondicional tan intenso como corta es su vida. Para el científico, el consuelo llega al pensar que toda vida es energía y esta ni se crea ni se destruye. Ningún padre está preparado para enterrar a un hijo y ningún perro puede concebir el sobrevivir a su mejor amigo. Dicen que el pasado no existe, pero a veces es lo único que queda, junto con un amor convertido en dos hijas o unas extraordinarias fotos de la Vía Láctea que invitaban a caerse en ella. Buen viaje al infinito, Fidi.
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