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Rigor mortis

Si no fuera por la iniciativa privada, muchos docentes tendríamos que emigrar a otras latitudes

Lunes, 10 de febrero 2025, 01:00

Las experiencias personales te pueden convertir en un resentido, alguien que se siente maltratado de alguna manera por la sociedad o alguno de sus tentáculos. Frente a esto cabe la postura de cruzarse de brazos o adoptar una posición prenatal, negándose a crecer, permitiendo que ... el hipotético daño recibido sea una coartada para no hacer nada. Resentirse es permitir que el dolor regrese una y otra vez, sin embargo, recordar es aceptar que el pasado cruce por nuestro corazón, oxigenando nuestra víscera cordial con la satisfacción del trabajo bien hecho y de unas decisiones tomadas de acuerdo con nuestros principios más íntimos y los valores que absorbimos desde la cuna. Por mucho que intentemos olvidar y resignificar lo vivido como una sucesión de anécdotas que han conseguido fortalecernos, siempre aparece algo o alguien qu e consigue que una pizca de dolor tiña momentáneamente de amargura una mirada que tiende a estar desnuda de rencor. A estas alturas del discurso, les garantizo que no hablo solo de mi persona, también doy voz a otros rechazados, desterrados e ignorados por el error de no emparentar, no respetar la 'omertá', ni estar dispuestos a pasar por alto situaciones que vulneran la ética. A veces solicitamos airadamente cosas que somos incapaces de ofrecer, ese comportamiento es definido por el diccionario como hipocresía. En el mundo griego se llamaba hipócritas a los actores, tenían que dar voz, gestos y presencia a unos personajes que les podían resultar ajenos y conseguir que fueran verosímiles y el público los considerara reales. En la modernidad, el hipócrita les dice a los demás aquello que desean escuchar y no actúa según su leal saber y entender sino representando el papel que se espera de él, impostando firmeza donde solo hay inercia y falta de criterio o personalidad. El evangelio de Mateo lo resume: «Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque ni entran al reino de los cielos ni dejan entrar a nadie, por un lado hacen oraciones y por el otro les roban las casas a las viudas». Tres veces pide calidad a las universidades privadas nuestro Magnífico Rector, como si los docentes que no trabajamos bajo su mando no tuviéramos méritos más que contrastados. Habla también del precio que ha de pagar un alumno de la universidad privada, como si la pública fuera gratuita y remata de cabeza pidiendo rigor, como si la institución que preside estuviera libre de toda culpa, tan endogámica y corporativa como siempre. Si no fuera por la iniciativa privada, muchos alumnos expulsados del sistema por sus particularidades nunca podrían optar a estudios superiores y muchos docentes tendríamos que emigrar a otras latitudes en las que preguntan qué sabes y no a quién conoces.

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