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Planeta cachopo

Asturias es un espacio idílido para escapistas y masas pastoreadas por los estereotipos

Lunes, 12 de agosto 2024, 02:00

Asturias está llena y lo que debería considerarse una buena noticia, parece desagradar a una gran cantidad de coterráneos, agobiados por embotellamientos y multitudes, padeciendo riadas humanas sin control, pululando por los lugares más emblemáticos de nuestra tierra. Todos nos construimos gracias a la mirada ... del otro y habría que pensar en qué es lo que buscan y qué es lo que se llevan quienes nos visitan. El Paraíso Natural se está convirtiendo en un edén para la hostelería, en un espacio glorioso que sirve en bandeja los tópicos más primarios de nuestra identidad, concentrados en media docena de lugares comunes, limitándose a un reducido número de reductos saturados y eventos señalados que convierten nuestro paisaje en un enorme centro de interpretación, atiborrado y estacional. Enseguida llegarán las estadísticas triunfalistas, presumiendo del número de pernoctaciones y del gasto diario por persona. Lo lógico, cuando alguien espera una visita, es que se esmere en poner en orden su casa, ofreciendo la mejor imagen posible al visitante. Pero cuando uno se aventura en la Asturias profunda, aquella parte más necesitada de miradas nuevas y economías de escala, se encuentra con una innumerable cantidad de monumentos y lugares de interés comidos por la maleza y arruinados por la desidia pública y privada. La enumeración de espacios únicos abandonados a su suerte es prolija: monasterios como los de Obona, San Antolín de Bedón o San Miguel de Bárcena; ejemplos magníficos de arquitectura civil como los palacios de La Cogolla, Lienes y Tormaleo, o paisajes históricos que ilustran nuestro devenir, como el Conjunto Monumental de Olloniego, sofocado por una autovía y oculto de la vista del viajero por una impenetrable capa de matorral y ortigas. Nuestra tierra es un espacio idílico para escapistas y masas pastoreadas por los estereotipos. El novelista estadounidense Paul Theroux definió claramente la diferencia entre el turista y el viajero, afirmando que el primero no sabe dónde ha estado y el segundo no sabe a dónde va. El misterio y el descubrimiento son los puntales de toda experiencia sensible y de la fabricación de recuerdos que en alguna medida nos transforman. Pero la memoria ha de pasar por el filtro de los que nos tratan como hermanos menores, incapaces de decodificar sus vestigios. Así proliferan iniciativas tan peregrinas como la demolición de monumentos artísticos porque suponen un supuesto homenaje a la dictadura, en vez de tratarlos como la huella material de un momento histórico, sin la que las nuevas generaciones no entenderían que en España hubo una guerra fratricida y una dictadura sanguinaria que produjo una interpretación sesgada y laudatoria de unos acontecimientos que deberían ser reconsiderados con una mirada libre y crítica. La historia no es una ciencia a la carta.

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